Alzo el vidrio
como quien levanta un recuerdo.
El vino no pregunta la edad,
solo escucha
el pulso lento de la tarde.
En el borde del cristal
tiembla un sol doméstico,
oro humilde
hecho para la conversación
y la pausa.
La calle respira detrás,
barandillas, toldos, antenas
—la vida siguiendo su curso—
mientras en la boca
el tiempo se afina,
se vuelve verdad sencilla.
No bebo para olvidar,
bebo para quedarme:
en este sorbo exacto,
en la mirada que mide el cielo,
en la certeza
de que también el silencio
tiene sabor.
