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martes, 27 de octubre de 2020

El impacto "extremo" del Covid-19 en la comunidad gitana española

 Así lo atestigua un estudio de la Universidad de Alicante y de la británica St Andrews. Entre los datos, destaca que más del 80% vive en la pobreza y el 50% ingresa menos de 310€ al mes. Más del 60% viven en hogares pequeños donde habitan varias generaciones

unque pudiera parecer lo contrario, si hay algo que ha constatado la actual crisis sanitaria del coronavirus es que tampoco esta pademia afecta a todos por igual. Comunidades racializadas y sectores poblacionales al límite de la exclusión social son las que más han sentido su impacto. Entre ellas, la comunidad romaní española, es una de las que arrastra factores socioeconómicos y sanitarios desproporcionados que también la hacen extremadamente vulnerable en la presente situación.

Así lo atestigua una nueva investigación dirigida por la Universidad de St Andrews (Reino Unido) en colaboración con la Universidad de Alicante, un estudio dirigido por Paloma Gay y Blasco, de la Escuela de Estudios Filosóficos, Antropológicos y Cinematográficos, y por María Félix Rodríguez Camacho, doctoranda en Ciencias de la Salud de la Universidad de Alicante y responsable del área de Salud de la Federación Autonómica de Asociaciones Gitanas de la Comunitat Valenciana (FAGA). 

Las autoras advierten que la comunidad gitana, una de las minorías más marginadas y pobres de Europa con la salud más precaria y la menor esperanza de vida, sea probablemente la que sufra el impacto del coronavirus de forma extrema.

La etnia gitana española, así como la de otras partes de Europa, ha entrado en la pandemia desde una posición excepcionalmente desventajosa. Según este estudio, «más del 80% de esta comunidad vive en la pobreza, y casi el 50% tiene unos ingresos mensuales inferiores a 310 euros. Esta comunidad experimenta también mayores niveles de EPOC, obesidad y diabetes, y es más probable que sufra graves problemas de salud que pueden repercutir en la supervivencia de estos individuos al COVID-19».

Las condiciones deficientes de sus viviendas en los centros urbanos o barrios marginales, la segregación residencial en guetos construidos especialmente para ello, y el hacinamiento afectan de manera desproporcionada a la comunidad gitana, atestigua el informe. «Más del 60% de los gitanos viven en hogares multigeneracionales, con dos o más núcleos de familias relacionadas que viven juntas en pequeños apartamentos», señalan las autoras de esta investigación. Esto hace extremadamente difícil evitar el contagio a través del autoaislamiento.

Además, añaden, «casi el 44% de los hombres y el 27% de las mujeres de raza gitana obtienen sus ingresos a través de la venta ambulante, ya sea en mercados al aire libre o a pie. La cuarentena obligatoria hace imposible que un gran número de estas familias se ganen la vida. Además, muchas tienen poco acceso a la limitada ayuda económica que el gobierno español proporciona a los trabajadores autónomos».

UNIDAD DIDÁCTICA: EL PUEBLO GITANO EN LA EDAD MODERNA: ENTRE LA MARGINACIÓN Y EL EXTERMINIO

 1.FUNDAMENTACIÓN DEL PROYECTO1.1.Aspectos de relevancia social: ¿Por qué es importante esta unidad?El pueblo gitano constituye un colectivo que ha estado marcado por los estereotipos y prejuicios sociales generalmente negativos. Estos se han fundado en el desconocimiento de su cultura y de su historia y han contribuido a su situación de marginación y persecución a lo largo de la historia. En las últimas décadas se han producido avances en cuanto a la integración social del pueblo gitano, pero todavía queda mucho camino por recorrer para lograr su reconocimiento social. La educación es uno de los ámbitos desde donde se puede contribuir a ello si se hace desde el enfoque de la Educación Intercultural. Uno de sus principios es precisamente conocer sus costumbres, sus tradiciones que nos permitan comprender y conocer su realidad. Desde materias como la Historia podemos comprender mejor esta realidad, combatir los prejuicios y estereotipos y fomentar una convivencia basada en el respeto.Un primer obstáculo que nos encontramos es que su historia es poco conocida como ocurre con otros colectivos que han sufrido la marginación social. Su propia marginación social ligada a una cultura esencialmente oral, así como los prejuicios sociales ha impedido que su presencia en el currículo sea inexistente. Un segundo obstáculo es que la mayor parte de las fuentes históricas de las que disponemos, especialmente las normas de distinto rango desde las pragmáticas reales a las disposiciones de carácter local o regional, han sido escritas en un contexto social en el existían fuertes prejuicios contra la cultura del pueblo gitano. Estas normas tienen como objetivo, por un lado, prohibir ciertas conductas y, por otro, fomentar otras relacionadas todas ellas con el control de esta minoría y de ahí que su argumentación se sustente en una visión negativa. Otro tipo de fuentes son las memorias y propuestas de los arbitristas de los siglos XVI y XVII que, sin duda, contribuyeron con la imagen de los gitanos que proyectaban a dar argumentos a las leyes contra esta minoría. Finalmente, la literatura (tanto las novelas como obras de teatro) se hace eco de algunos de estos prejuicios y estereotipos y ha contribuido a difundirlos.Todo ello, ha servido para afianzar una imagen social del pueblo gitano que perdura hasta hoy. De hecho, en los estudios sobre el racismo de los españoles sitúan a los gitanos como el primer grupo que suscita un rechazo social. Cuestionar estos prejuicios es uno de los principios que se tienen en cuenta en nuestra propuesta didáctica. En este sentido, un tipo de actividad recurrente será llevar a cabo un análisis crítico de las fuentes.En esta unidad nos centramos en el período comprendido entre los siglos XV y XVIII que vendría marcada por la llegada de los primeros grupos de gitanos a la península Ibérica y el reinado de Carlos III. Este período coincide con procesos históricos como la creación de un estado moderno que en el caso de la Monarquía Hispánica va a fundamentarse en la creación de una sociedad homogénea tanto desde el punto de vista religioso como étnico. La formación de la Monarquía Hispánica va seguida de un proceso de expansión cuyo objetivo es lograr la hegemonía mundial. Finalmente, la llegada de los Borbones inaugura una serie de reformas

UD EL PUEBLO GITANO EN LA EDAD MODERNA: ENTRE LA MARGINACIÓN Y EL EXTERMINIO 2n ESO2 Material para el profesoradotendentes a la uniformización del estado y que tendrá como episodio más dramático desde el punto de vista a la historia de los gitanos la denominada “Gran Redada” llevada a cabo entre julio y agosto de 1748. Los referentes historiográficos que se han tenido en cuenta se indican abajo.El estudio de esta parte de la historia del pueblo gitano en la península Ibérica requiere el conocimiento del contexto histórico y, a la vez, el estudio de esta minoría puede ayudar a entender la formación de la sociedad moderna. Por otro lado, la perspectiva que aporta el conocimiento histórico permite valorar los fenómenos de antigitanismo y racismo en general que se observan en la Europa actual que asiste a un inquietante resurgimiento de grupos ultranacionalistas, xenófobos y fascistas. Según se constata en diversos informes promovidos por organizaciones como la OSCE o el Observatorio Español contra la Xenofobia y el Racismo se ha detectado un incremento en los últimos años de agresiones contra las personas gitanas. Los casos ocurridos en Francia, Italia o Bulgaria repiten una dinámica de discriminación y coacción contra estos colectivos.La educación es un poderoso instrumento para construir una sociedad inclusiva. En este sentido, el estudio sobre la historia el pueblo gitano en la Edad Moderna que subyace en este proyecto pretende explicar cómo llegó a ser parte de la sociedad actual. Es también una tentativa de superar el olvido al que ha sido sometido este colectivo y, por tanto, un intento de revisar una parte de nuestra historia colectiva.La realización de estos objetivos mediante este proyecto didáctico se ha basado en conjugar el conocimiento historiográfico con su trasposición didáctica en unos materiales curriculares. Esto ha supuesto una tara de selección y organización de contenidos. La selección ha estado condicionada por el marco curricular (2º de la ESO incluye el estudio de la historia de la Edad Moderna) y la relevancia historiográfica. Por su parte, en la organización de los contenidos se ha tenido en cuenta, además, aspectos metodológicos.En este sentido, la estructura de la unidad se organiza en varias fases cada una de ellas se plasma en una o varias actividades, que a su vez contienen microsecuencias. Las primeras actividades van dirigidas a abrir el tema al alumnado, explorar y poner en cuestión sus conocimientos y en ofrecerles “pistas” para que superen sus lagunas o maticen dichos conocimientos. La elaboración de un guion de trabajo es un elemento esencial en esta fase pues recoge las hipótesis, preguntas y propuestas del alumnado que guiarán el desarrollo de las actividades que conducen hacia una tarea final: el proyecto. Esta fase es esencial para lograr la implicación y la motivación imprescindibles del alumnado para la realización de un proyecto que requiere esfuerzo y perseverancia ante la incertidumbre de lo que va a pasar hasta el final.A continuación, siguen una serie de actividades centradas en la obtención y registro de información, su análisis e interpretación que vaya dando sentido al proceso que se está estudiando. El trabajo por grupos cooperativos fomenta la interacción, la interdependencia positiva y las responsabilidades individuales. Para ello es necesario conformar grupos heterogéneos, organizar los tiempos y espacios del aula para facilitar el proceso y realizar una evaluación que lo acompañe. En esta investigación el alumnado utilizará diversas fuentes presentadas en diversos formatos y de las que extraerán información sobre la que deliberarán su relevancia para elaborar un conocimiento riguroso sobre las cuestiones planteadas en el guion. Cada actividad debe ser conectada con la anterior y con la visión global expresada en
UD EL PUEBLO GITANO EN LA EDAD MODERNA: ENTRE LA MARGINACIÓN Y EL EXTERMINIO 2n ESO3 Material para el profesoradoel guion inicial. A su vez, cada actividad debe concluir en la explicación de los hechos históricos que se estudian.Así mismo, en las actividades se plantean preguntas de diferente índole. Desde aquellas que van dirigidas a orientar la búsqueda del alumnado a aquellas que les inducen a pensar de una forma crítica. Esta parte debe ser potenciada por el profesorado en función de la dinámica que se plantee en las clases.Finalmente, este conocimiento adquirido se va a representar mediante una línea de tiempo donde no solo se sitúan en la cronología los hechos más significativos entrelazándose aquellos que fueron fundamentales para la historia del pueblo gitano con la dinámica histórica general, sino que también se describen, explican y conectan. Las posibilidades de las herramientas digitales pueden hacer esto posible. La línea de tiempo es una forma de representar la evolución, la historia, pero enriquecerla mediante estas descripciones, explicaciones e interpretaciones la convierten en un medio didáctico de mostrar de modo significativo la historia del pueblo gitano a la comunidad educativa, especialmente a las familias. A su vez, partir de que esta es la destinataria da sentido y orienta las actividades de aprendizaje.Referentes historiográficosAPARICIO GERVÁS, J. M. (2006). Breve recopilación sobre la historia del Pueblo Gitano: desde su salida del Punjab, hasta la Constitución Española de 1978 Veinte hitos sobre la" otra" historia de España. Revista interuniversitaria de formación del profesorado, 20

http://www.ceice.gva.es/documents/162793785/168134129/Guia_prof_Poble_gitano_EM_cas.pdf

Muere el cantaor Parrita con 63 años: las estrellas "Parriteras" de la música española lloran su muerte

 https://www.marca.com/tiramillas/musica/2020/10/27/5f97befd46163fd8be8b45c1.html

El cantaor, compositor y guitarrista de flamenco 'Parrita' ha muerto en Terrassa (Barcelona) a los 63 años tras sufrir un derrame cerebral.

Vicente de Castro Jiménez, conocido artísticamente como Parrita, era considerado uno de los grandes maestros de la rumba y la balada flamenca y a lo largo de su carrera colaboró con Paco de Lucía, Moncho, Lola Flores, Tomatito, Camarón de la Isla y Rosalía ('Cositas de ayer').

Parrita, nacido en Valencia en 1958, se dio a conocer al mundo desde el barrio valenciano de Nazaret.

'Dama, Dama' de Cecilia, la canción que hizo famoso a Parrita

El salto a la fama de 'Parrita' se produjo en 1982 con su particular versión de la canción 'Dama, Dama' de Cecilia.

Otros temas populares del cantaor gitano 'Parrita' fueron 'Una gitana del rastro','Luna de plata','No me llames más que ya no voy','Que se metan en sus cosas','Vuela más alto que tú' o 'Eres mía'.

Las estrellas de la música española "Parriteros" se despiden de 'Parrita'

Famosos cantantes "Parriteros" como Malú, Alejandro Sanz, Miguel Poveda o Rosalía, "aún no me lo creo. DEP Parrita", mostraron su pésame en redes sociales por la muerte de Parrita.

"Nunca te irás Parrita... tú eres infinito. Seguirás acompañándome toda la vida. Descansa en paz, maestro", se despidió Malú de 'Parrita' en Instagram

"Parrita, irrepetible", le dedicó Alejandro Sanz el famoso cantaor, compositor y guitarrista.

"Como Parritero que soy desde que aparecio 'Parrita' en escena, siento profundamente su perdida. Nos quedo pendiente el dueto para tu disco, pero doy gracias a la vida por haber tenido la oportunidad de cantar contigo en directo y de conocerte de cerca mi admirado idolo. Gracias por todo lo que nos has dado, a mí particularmente desde pequeno tantas horas de gozo con tu voz unica", compartió Miguel Poveda en Instagram.

jueves, 30 de julio de 2020

HISTORIA Exterminio gitano por orden del rey La gran redada de los 9.000 gitanos

El 30 de julio de 1749, hace ahora 270 años, se ensayó en España el intento de exterminio de la totalidad del pueblo gitano. Le llamaron "la solucion

Familia de gitanos saliendo de Toledo.
La luz anaranjada del sol poniente baña la ciudad de Murcia. Son las últimas horas del 30 de julio de 1749. Lorenzo Ceca, teniente coronel del regimiento de dragones de Frisia, acaba de entregar un sobre lacrado procedente de Madrid al corregidor de la ciudad, Diego Manuel Mesía y Barrionuevo. En su interior, las órdenes taxativas para, «con el máximo sigilo y prontitud», proceder al arresto de la totalidad de gitanos de la localidad, hombres, mujeres y niños.
Tras la lectura de la misiva, ambos organizan la operación. La gran redada va a comenzar... Y en toda España. Dada la disposición de las viviendas gitanas en Murcia, repartidas en varios núcleos separados por toda la ciudad, se opta por formar cuatro grupos, cada uno de ellos con un alcalde mayor, un oficial de dragones, un escribano, ocho ministros de justicia y 30 soldados. La operación de captura comienza a la 1 de la madrugada. Con la máxima cautela, y adelantando a varios soldados para confirmar la quietud de las casas, las tropas rodean las edificaciones señaladas y proceden a la detención de todos los que viven en ellas, que no opondrán la menor resistencia. Aturdidos y temerosos, los gitanos serán engrilletados y concentrados en fila en las calles adyacentes. A las cuatro de la mañana se da por finalizada la operación, conduciendo a todos los detenidos a la cárcel real de Murcia. Una guardia de soldados vigila que nadie entre en las viviendas vacías, mientras un escribano toma nota de la totalidad de bienes de los detenidos.

Comenzaba así uno de los episodios más negros de la Historia de España: la última redada oficial contra los gitanos españoles. Hasta 9.000 personas dieron con sus huesos en penales, todo según un plan exterminador.
Los preparativos de la redada. Convencido por Gaspar Vázquez Tablada, obispo de Oviedo y gobernador del Consejo de Castilla, el rey Fernando VI (la dinastía borbónica había arrancado con Felipe V en 1700) ha lanzado una Pragmática donde se ordena la captura de la totalidad de gitanos de España. El objetivo es lograr la extinción de la etnia mediante el encarcelamiento y separación de hombres y mujeres lo que -con el tiempo- llevaría a su desaparición como grupo humano. Se daría así una «solución definitiva al problema gitano» [solución final llamaron los nazis a su plan para exterminar a los judíos dos siglos más tarde]. Como explica el historiador Manuel Martínez Martínez, autor del libro Los gitanos y las gitanas de España a mediados del siglo XVIII: El fracaso de un proyecto de exterminio, la clase dirigente ilustrada ve al gitano como «un elemento patógeno y desestabilizador que amenazaba de contagio al resto de la población, por lo que era necesario extirparlos de la sociedad».
La intervención del ejército es imprescindible para lograr el éxito de la misión. El marqués de la Ensenada, secretario de Guerra, se ocupará de la logística militar, movilizando para la operación de arresto a más de 5.000 hombres procedentes, entre otros, de los regimientos de infantería de Sevilla, de Zamora, de Soria, de Nápoles; o regimientos de dragones de Frisia, de Aragón, de la Reina, de Calatrava o Edimburgo. Los oficiales al mando de la tropa llevarán consigo sobres cerrados que entregarán al corregidor de cada localidad -que justo en ese momento tendría conocimiento de la operación- poniéndose a las órdenes de éste. El sobre incluía los permisos eclesiásticos necesarios para arrestar a los gitanos que se refugiasen en las iglesias, en virtud del acuerdo alcanzada con la Santa Sede en 1748.
El día señalado para la redada será el 30 de julio, a las 12 de la noche.
Considerada la primera imagen de gitanos andaluces está fechada en 1860 1863.
El carácter indiscriminado de la captura obligaba a preparar el destino de los detenidos y su agrupación según sexo y edad. Los varones de hasta 7 años quedarían con sus madres, hasta los 15 años se dedicarían al aprendizaje de «oficios útiles» (pajes, grumetes, aprendices de carpintería, etc.) y, a partir de 15 serían destinados a los arsenales para trabajos forzados. Las mujeres, por su parte, serían trasladadas -junto con sus hijos pequeños- a depósitos especiales donde se las emplearía en oficios manuales, principalmente textiles. Las niñas adolescentes se destinarían al aprendizaje de «oficios virtuosos» y al servicio doméstico. En el caso de los matrimonios mixtos, se impondría el «fuero del marido», por lo que la mujer tendría el mismo trato que su esposo en función de si era o no gitano. Las viviendas y pertenencias de las familias detenidas se subastarían y, con los ingresos obtenidos, se sufragarían los gastos de la operación.
La redada cogió desprevenidos a los gitanos españoles. En su mayoría fueron detenidos en los primeros días sin prácticamente ofrecer resistencia. Incluso muchos de ellos, conscientes de no haber cometido delito alguno, se presentaron voluntariamente ante las autoridades con sus papeles y certificados de castellanos viejos, que de poco les servirían. En Vélez Málaga, para asombro de los soldados, todos los gitanos se dirigieron motu proprio a la cárcel de la localidad manifestando que «ya sabían se les había de prender y que, desde luego, venían a que S. M. les mandase donde habían de ir». En Orihuela (Alicante), la totalidad de los gitanos se presenta voluntariamente ante el corregidor de la villa.

EN SEVILLA Y TRIANA

En Sevilla, sin embargo, habrá algunos muertos. Iniciada la operación al mediodía del 31 de julio, a esa hora se cerrarán todas las puertas de la ciudad menos la de la Carne y la del Arenal, provocando el pánico de la población. Una nutrida tropa de soldados acordona las murallas exteriores, impidiendo la salida por las dos únicas puertas que quedan abiertas. Al mando de la operación se encuentra el asistente de la ciudad e intendente del Ejército de Andalucía, Ginés de Hermosa y Espejo, que actúa con el apoyo militar del coronel de dragones de Edimburgo, Juan Parrigo. Más de un centenar de soldados componen la tropa, agrupados en 8 piquetes y 60 caballos. Éstos se dividirán en varias partidas por los distintos barrios sevillanos con la misión de rodear las casas de los gitanos identificados y, con orden clara de «arrojarse» sobre los moradores, proceder a su arresto. Si hay conatos de resistencia o huida tiene orden de abrir fuego. La práctica totalidad de los 600 gitanos sevillanos se entrega sin resistirse. Salvo en Triana: dos gitanos que intentaban huir a caballo son abatidos por disparos de los soldados frente al Monasterio de La Cartuja y un tercero perecerá ahogado en el río delante de su mujer e hijos.
En el resto de España, los principales incidentes se produjeron en el interior de las iglesias, donde los gitanos habían intentado refugiarse en sagrado. En la ermita de San Andrés, en Sierra Morena, un grupo de más de 40 gitanos logró hacerse fuerte y resistir a su detención. Fue necesaria la intervención del ejército y de las justicias del Viso y Calzada para su captura.
El principal conflicto entre la autoridad eclesiástica y el Estado se produciría durante el desalojo del convento de los Mínimos, en El Puerto de Santa María, donde un grupo de gitanos se había refugiado. Los soldados han intentado entrar en el templo sin presentar las órdenes oficiales, por lo que el arzobispo de Sevilla protestará ante las autoridades enérgicamente, exigiendo garantías para que los gitanos arrestados «no sean castigados en manera alguna» ni, una vez presos, trasladados a minas o galeras.
La separación de matrimonios e hijos provocará escenas desgarradoras. La gitana Rosalía de Vargas y su esposo serán arrestados precisamente por negarse a abandonar a su familia. Residentes ambos en Alicante, donde la joven acaba de dar a luz a un niño, el matrimonio tiene además otra hija pequeña, Lucía, que se encuentra con su abuela en Orihuela justo en el momento de la redada. Cuando Rosalía y su marido se enteran de que ambas han sido detenidas, en vez de huir, se presentarán ante las autoridades del Castillo de Santa Bárbara para entregarse y reunirse con su hija y el resto de su familia.
Serán numerosos los casos de payos que ayudarán a sus vecinos gitanos. En Jarafuel (Valencia), el párroco de la localidad se negará a entregar a las justicias a una joven gitana refugiada en su iglesia con su gitanillo pequeño. De nuevo, tendrá que intervenir el Consejo para lograr su arresto. El alguacil mayor de Utrera (Sevilla) denunciará a uno de sus subordinados por alertar de la redada a varios de los gitanos de la localidad, lo que les permitió vender parte de sus bienes y poder huir.
El historiador Manuel Martínez cifra en 9.000 las personas detenidas durante la operación, del total de los aproximadamente 11.000 gitanos que había en España en el momento de la redada. En los primeros meses, la mayoría de los arrestados fueron trasladados provisionalmente a prisiones locales y fortalezas a la espera de destino definitivo, en unas condiciones de hacinamiento, insalubridad y carencias terribles.

AVECINDADOS Y NÓMADAS

La redada -que debía afectar a los «vagos y maleantes»- se cebó, paradójicamente, con los gitanos más integrados, avecindados desde generaciones y, en su mayoría, con oficio reconocido. Éstos, a diferencia de los gitanos nómadas, estaban censados y controlados desde 1745, por lo que fue más fácil su captura.
Cadena de presos.
Es el caso, por ejemplo, de la familia Losada, gitanos de Madridejos (Toledo), avecindados desde hace generaciones en la localidad. Son dueños de tierras y ganado, cofrades de diversas hermandades y tienen sepultura propia en la parroquia, lo que no impedirá que sean arrestados.
El testimonio del corregidor de El Puerto de Santa María refleja también el nivel de integración de los gitanos detenidos: pese a acatar las órdenes, escribirá indignado no tener «nada que reprochar a sus conciudadanos gitanos», ni siquiera el delito de haber abandonado su localidad, donde casi todos habían nacido.
En parecidos términos se expresará también el corregidor de Jerez de la Frontera, quién pedirá instrucciones sobre cómo obrar respecto a una de las familias gitanas más respetadas de la ciudad, de apellido Monje, «que además de ser muy necesarios y útiles para la labranza» son reconocidos «diferentes» a otra clase de familias «por su aplicación al trabajo y modo de comportarse».
En definitiva, siglos de prejuicios, leyendas y pragmáticas, calcadas unas de otras, pero alejadas de la realidad social de los gitanos españoles, habían creado un imaginario del gitano como portador de todos los males y vicios de la sociedad. La confrontación entre este imaginario negativo y la realidad cambiará el rumbo de la operación.

LA RECONDUCCIÓN DE LA REDADA

Al poco de producirse la captura, comenzaron a llegar a Madrid innumerables peticiones solicitando la liberación de muchos de los calés apresados y que habían dado muestras sobradas de «vivir honrosamente». En muchos casos, además del propio humanitarismo, se unía la auténtica necesidad económica. El Ayuntamiento de Málaga, en pleno, pide a Madrid que haga una excepción con los gitanos de la ciudad, que «gozaban del fuero de castellanos viejos [...] y han estado muy aplicados a su trabajo de herreros por lo muy útil y necesario que es en esta ciudad».
Los responsables de los arsenales militares, por su parte, se quejarán por la llegada de tal cantidad de gitanos, a los que consideran «inútiles» para trabajar en dichos centros.
Toda esta avalancha de quejas y peticiones -llegadas incluso desde la propia nobleza- llevará a la publicación de un nuevo decreto, en octubre de 1749, que ordena la liberación inmediata y restitución de los bienes de todos aquellos gitanos considerados «honrados», entendiéndose como tal a aquellos que demostraban tener domicilio fijo, trabajo, documentos de castellanía, etc.
Texto de 1749 con el que se desencadena el plan de exterminio de los gitanos en España.
Las autoridades reconocerán que, «Su Majestad no mandó que se prendiesen y maltratasen aquellos que sólo tenían el nombre de gitanos [...], pero ya ellos habían dejado ese ejercicio y vivían quietos como otros vecinos [...], solamente fue su real intención que se prendiese a los gitanos malhechores, vagabundos [...] pero el efecto ha sido el más injusto, habiendo preso y atropellado muchos buenos vasallos». Aun así, se solicitarán informes secretos de cada gitano a liberar, con un número de testigos de la localidad que atestiguasen la bondad del detenido en cuestión.
Se calcula que unos 5.000 gitanos, algo más de la mitad de los arrestados, saldría en libertad en virtud del decreto de octubre de 1749, si bien para las familias liberadas su situación estaba lejos de considerarse afortunada: temerosos de reclamar o habiendo perdido casi todas sus propiedades, ya subastadas, tuvieron que rehacer sus vidas prácticamente de cero.
Peor fortuna correrían aquellas otros miles (unos 4.000) de gitanos que no pudieron atestiguar su «honradez». Para éstos, quedaban 16 años de penurias y padecimientos, incrementados por la incomprensión que experimentaban ante el indulto de otros calés en su misma situación.
Según su lugar de origen, los hombres fueron trasladados, sin juicio alguno, a los arsenales de La Carraca (Cádiz), Cartagena y La Graña (El Ferrol) en condición de desterrados y obligados a «servir al rey de por vida». El trabajo en condiciones de esclavitud serviría para recomponer la maltrecha marina de guerra y para diversas obras públicas. La llegada repentina de tan elevado número de presos provocó que las condiciones de hacinamiento e insalubridad fuesen terribles.
En 1752, con objeto de descongestionar de prisioneros el arsenal gaditano de La Carraca, se ordenó el envío por barco de medio millar de gitanos al arsenal de La Graña. El viaje, azotado por tempestades y epidemias a bordo, acabó con la vida de casi la mitad de los gitanos embarcados.
Mientras tanto, el estado psicológico de los calés presos era lamentable. Recluidos en condiciones infrahumanas y sin posibilidad de indulto, muchos de ellos cayeron en un estado depresivo del que se harían eco los propios intendentes que los vigilaban, que llegarían a enviar numerosas cartas solicitando humanizar su situación. Los intentos de fuga fueron continuos y centenares de ellos lograrían escapar.
Regimiento de Dragones.
Las mujeres, junto con sus hijos pequeños, son trasladadas a depósitos específicos y casas de caridad, concentrándose principalmente en Málaga, Sevilla, Denia y Ciudad Rodrigo. El hacinamiento humano y las pésimas condiciones higiénicas fueron la tónica general. El depósito malagueño llegaría a acoger a más de 600 gitanas de las que en un solo año, entre 1750 y 1751, fallecerían más de 140, principalmente ancianas y niñas. Uno de los principales centros donde se concentraría a las mujeres presas sería la Casa de la Misericordia de Zaragoza, que llegaría a albergar a casi un millar de gitanas.
Las calés estuvieron lejos de aceptar sumisamente su situación. Junto a los continuos planes de fuga, que culminarían con éxito más de 300 de ellas, optaron por poner en práctica acciones de resistencia e insubordinación como insultos y burlas a sus carceleros, con ánimo de minar su moral. En sus fases extremas, las gitanas destrozaban camas, vajillas, herramientas de trabajo o, incluso, rasgaban sus propias ropas y quedaban en cueros, dejando en estado de shock a los vigilantes. Excepcionalmente llegaron a producirse agresiones directas a los funcionarios. Todas estas insubordinaciones se penalizaron con aislamientos, castigos corporales o el uso de cepos.

GOTEO DE LIBERACIONES

A lo largo de toda la década de 1750, y a instancias de autoridades compasivas como el duque de Caylus, capitán general del Reino de Valencia, se producirá un continuo goteo de liberaciones, en muchos casos motivadas por el lamentable estado de salud en que se encontraban los presos.
Durante todos estos años, los gitanos y gitanas jamás dejaron de reivindicar su inocencia y solicitar su libertad en desgarradoras cartas a las autoridades, como la redactada en 1764 por un grupo de muchachos recluidos en el arsenal de La Graña. Apresados a muy corta edad, no habían conocido más que la vida en prisión, por lo que «con la más humilde y respetuosa veneración» solicitan su libertad suplicando «V.E. les mire con ojos de misericordia».

CARLOS III LOS LIBERA

Finalmente, el nuevo rey Carlos III ordena en 1763 indultar al centenar largo de supervivientes que aun permanecían en los arsenales y depósitos, liberación que no se produciría hasta 1765 cuando los últimos calés presos, muchos de ellos ya ancianos, regresarán definitivamente a sus hogares. En el camino habrán quedado más de medio millar de gitanos muertos -hombres, mujeres y niños- y una comunidad destrozada.
En 1772 Carlos III recibirá de sus consejeros un nuevo anteproyecto legal para «reducir» a los gitanos basado en leyes tomadas por su hermano Fernando VI en 1749. El monarca lo desechará alegando que aquellos hechos «hacen poco honor a la memoria de mi amado hermano».
La Gran Redada de 1749 fue un hecho traumático para quienes la padecieron. Una grieta que aún perdura. «Al estancamiento de población durante los años que duró el proyecto hay que unir el aumento de la desconfianza y el recelo», explica el historiador Manuel Martínez, para quien el recuerdo de aquellos sucesos «quedaría marcado en el imaginario colectivo de los gitanos españoles».
Esta dolorosa experiencia tendría también su reflejo en la herencia cultural gitana, como sostiene el investigador Antonio Zoido, autor del libro La prisión general de los gitanos y los orígenes de lo flamenco, quién considera los sucesos de 1749 como la base del quejío y el desgarro del flamenco. De hecho, serán numerosas las letras flamencas que hagan alusión al sufrimiento padecido: Calorros de Triana/Duquelas[1] pasaron/Los bariales[2] cortaron los puentes/Y ellos se ahogaron o A ciento cincuenta hombres/ Nos llevan a La Carraca/Y allí nos dan por castigo/De llevar pieras[3] p'al agua.
[(1)Duquelas: padecimientos, penalidades. (2)Bariales: soldados, policías. (3)Pieras: piedras]
De igual modo, habrá sectores de la población gitana que, una vez liberados y para acreditar su piedad y honradez, decidirán fundar gremios y cofradías religiosas. Así sucederá en 1753 cuando un grupo de gitanos de Sevilla, al frente de Sebastián de Varas, funda la actual Hermandad de los Gitanos.
Conforme a los criterios de  https://www.elmundo.es/cronica/2019/07/30/5d3ad310fc6c83b90e8b46c0.html

El Porrajmos, un genocidio silenciado

Aun en pleno siglo XXI seguimos sabiendo poco de la masacre perpetrada por los Nazis en el siglo XX, pero menos
aún sabemos sobre el genocidio cometido contra los gitanos.
Poco se sabe sobre el destino de los romaníes durante el Holocausto, a pesar de su extinción planificada por la Alemania
nacionalsocialista.
Al igual que los judíos, los romaníes fueron perseguidos y asesinados bajo el régimen nazi como parte del plan
perpetrado para instaurar una raza superior. Aunque no fue este el primer intento de exterminio de la población
romaní en tierras germanas, como en otras regiones europeas, como España, fue el régimen nazi quien llevó a cabo
el plan de exterminio.
Desde el siglo XVI distintos gobiernos y mandos han tratado a la población romaní como una raza de criminales a la
que había que exterminar, llevando a cabo expulsiones, asesinatos, asaltos, esclavitud, esterilizaciones forzosas… Ya
en 1899 se estableció una “Oficina Central para la Lucha contra la Amenaza Gitana”.
Pareciese que no le quedaba otro remedio a la Alemania de principios del siglo XX mas que acabar lo que otros comenzaron
siglos atrás. Los nazis tomaron una serie de medidas consideradas esenciales para resolver lo que llamaron
el “problema gitano”, como parte de la “solución final”.
Desde sus inicios, el régimen nazi practicó una política muy específica contra los romaníes, viéndose estos privados
de sus derechos y de sus propiedades, considerados oficialmente por ley como seres inferiores. Los primeros arrestos
tuvieron lugar en 1938 y fueron internados en campos de concentración. La mayoría de los que aún vivían en el
Reich alemán en diciembre de 1942 fueron enviados a Auschwitz-Birkenau.
En

El Holocausto romaní, o Prorrajmos significa una de las mayores pérdidas en la historia de la humanidad. Sin embargo,
hemos sabido muy poco sobre esta cuestión, centrándose la historia en las atrocidades sufridas por el pueblo
judío.
Como afirma el investigador y escritor británico Ian Hancock, tenemos que entender por qué Hitler trató de erradicar
a los romaníes, un pueblo que no representaba ningún problema numérico, político, militar o económico, sino
más bien como un “contaminante genético” que podría interferir en la instauración de esa raza superior que tanto
anhelaba, ideario que extendieron a otros países durante su ocupación en la II Guerra Mundial.
Como vemos la historia de los gitanos durante el régimen nazi es una historia de persecución, horror, destrucción y
exterminio. Pero en el siglo XXI sigue siendo una historia prácticamente desconocida. Tan sólo a finales del siglo XX,
investigadores como Michael Zimmermann o Guenter Lewy investigaron en profundidad elementos burocráticos
y políticos sobre los planes nazis hacia los gitanos, sacando a la luz material de archivo que mostraron las variadas
intenciones de los nazis con respecto al “problema gitano”.
Si bien a finales del siglo XX supimos que durante el tercer Reich fueron asesinados más de seis millones de judíos,
hoy seguimos sin saber el número de personas gitanas que corrieron la misma suerte. Las estimaciones son muy
amplias, y así como el número de victimas sigue siendo una incógnita, la historia del Prorrajmos sigue siendo una
gran desconocida.
Hubo distintas razones por las cuales cada grupo fue atacado y experimentaron persecución de maneras claramente
diferentes. Y aunque comprender las diferencias es importante, tampoco deben considerarse de forma aislada.
Una comprensión más profunda de la experiencia de cada grupo contribuirá a una mayor comprensión general del
sistema más amplio de violencia nazi, asesinatos en masa y, en última instancia, genocidio humano.
En este sentido, los crímenes del régimen nazi no pueden entenderse de manera aislada, ya que no solo hubo notables
diferencias y similitudes en la ejecución de los planes nazis. Entender lo que sucedió durante este exterminio,
nos ayudaría a tener un entendimiento más profundo del sistema de violencia perpetrado durante esta etapa negra
en la historia de la humanidad.
Pero aún hoy, los romaníes son las víctimas olvidadas del Holocausto. El recuerdo de la persecución de la que fueron
víctimas en el pasado nos recuerda la necesidad de abordar las dificultades que aún enfrentan hoy día los gitanos

del mundo.

miércoles, 26 de febrero de 2020

COSAS GITANAS IMPORTANTES


GITANO SANTO EN LOS ALTARES CEFERINO GIMENEZ MALLA


LOS GITANOS EN LA HISTORIA GIENNENSE: TEMOR Y PERSECUCIÓN

(El Toro de Caña. Revista de Cultura Tradicional de la Provincia de Jaén, nº 6. Diputación Provincial. Jaén, 2001, p. 219-228.)

Juan Antonio López Cordero

Introducción.

Jaén, encrucijada de caminos, ha sido también encrucijada de culturas, quizás no del crisol de otros lugares, como el Toledo medieval, pero no de menos intensidad y pasión. La frontera medieval marcó durante tres siglos el carácter de sus pobladores, en su mayoría provenían de las tierras del Norte y el Centro de la Península y, por su proximidad, comerciaban con el reino musulmán de Granada durante las épocas de paz, que eran mucho más numerosas que las de guerra. Hubo un tiempo en que cristianos, musulmanes y judíos vivieron en paz en Jaén, lo que no duró mucho. Si la tolerancia ya de por sí era difícil, había momentos en que lo era aun más. Los mudéjares fueron expulsados del reino de Jaén a raíz de la revuelta de 1264, una población que se vio sometida a la presión continúa de los cristianos vencedores. Separados por la frontera, musulmanes y cristianos vivieron comerciando y guerreando según el momento, y entre ellos vivían los judíos, que en uno y otro lado mantenían su cultura, sus leyes internas y su religión. Preferentemente eran banqueros y comerciantes, sin que la frontera supusiese un obstáculo insalvable.
Judíos y moriscos convivieron como minorías étnicas en el reino de Jaén en los años de frontera. Eran sobre todo los judíos los más odiados, reflejo del temor a una cultura extraña, que formaba parte de un miedo colectivo a lo desconocido. La religión no sólo actuaba amortiguando la angustia del hombre, sino que a veces incrementaba el odio como reacción a ese temor. A los judíos se les acusaba de practicar la magia, raptar niños, practicar crueldades,... Los mismos monarcas que continuamente necesitan a los judíos como prestamistas, administradores, físicos,... con frecuencia dictaban leyes discriminatorias contra ellos. Las Partidas obligaban a los judíos a vestir de tal forma que fuesen reconocidos, con una señal sobre su cabeza; Pedro I  ¾Cortes de Valladolid, 1531¾ les prohibía usar trajes y nombres de cristianos; y Alfonso XI, ¾Cortes de Madrid, 1329¾ no les permitía tener heredades. Las presiones y, sobre todo, los asaltos a sus barrios con el saqueo a sus casas y el linchamiento de personas llevó a gran número de ellos a convertirse, pero siguieron manteniendo su cultura.
En la ciudad de Jaén, los judíos y conversos vivían juntos, en la zona del barrio de San Andrés y Santa Cruz, y también sufrieron saqueos y linchamientos. Fue en 1473, tras la muerte del Condestable Miguel Lucas de Iranzo, cuando la muchedumbre aprovechó el vacío de poder existente en la ciudad para saquear y matar a muchos de ellos. La posterior expulsión de los judíos por los Reyes Católicos en 1492 dejó solos a los conversos como blanco de la Inquisición, que fue fundada en Castilla en 1478 y puesta en funcionamiento en 1480, sobre los que actuó con gran crueldad. Sin embargo, pronto puso su interés también en otra minoría: los moriscos.
Como los judíos, los moriscos, eran objeto de temor para la mayoría de la población como minoría étnica y cultura extraña. La represión se agudizaba en tiempos de conflictos. Ya fueron expulsados del reino de Jaén a raíz de la rebelión de los moriscos en el reino de Granada. En 1572, se tiene constancia de la existencia de normas de expulsión de los moriscos de Torres, Jimena, Jódar, Bedmar, Garcíez, Albanchez, Canena y Sabiote, así como de otros lugares del reino de Jaén, siendo distribuidos por la Península ­­—los moriscos de Torres se deportaron a Valladolid—[1]. Sin embargo, no todos serían expulsados, incluso una vez terminada la rebelión de Granada muchos de ellos regresarían. El hecho es que encontramos que en el censo de moriscos de 1583 en Jimena se contaban treinta y tres[2]. Y en 1592, en el censo que se realizó en el Reino de Jaén figuraban un total de 7.268 moriscos, que en su mayoría vivían en Andújar, Baeza y Úbeda[3].
Su expulsión definitiva, en 1610, tras la Real Disposición de 22-septiembre-1609, estaba basada en gran parte en ese temor. No obstante, quedaron algunos de ellos, a los que las disposiciones municipales señalaban y perseguían. En 1622, el Concejo de Jaén decidió expulsar a los "moros cortados" y prohibir a los demás entrar en las heredades, reservando la hierba y caracoles que cosechaban a los cristianos viejos pobres[4]. A los “moros cortados se les acusaba de dañar las heredades.
Sin mudéjares, moriscos ni judíos, los gitanos quedaban como única etnia minoritaria en la Península. Habían llegado los últimos y pronto se sumaron a la lista de las minorías étnicas marginadas y, como los demás, sufrieron todo un proceso de persecución, consecuencia del choque cultural que para la mentalidad de la época era de difícil superación. Si los gitanos soportaron durante siglos tal presión fue quizás por su carácter nómada y capacidad de adaptación a situaciones difíciles.


2. Los gitanos en el reino de Jaén.

Las comunidades gitanas comenzaron a entrar en España en la primera mitad del siglo XV, aproximadamente en 1427, tras un largo desplazamiento por Europa y Norte de África desde el Noroeste de la India, desde donde partirían posiblemente durante las invasiones mongolas, siendo acogidos por reyes y nobles, siendo bien recibidos en un primer momento, probablemente por su exotismo y cualidades artísticas. En el reino de Jaén, las primeras noticias escritas sobre los gitanos datan de la segunda mitad del siglo XV. Son pequeñas tribus de gitanos que el Condestable Miguel Lucas de Iranzo acoge y protege, pues decían llevar cartas de libre circulación dadas por el Papa para los reinos cristianos. A la capital de Jaén llegaron en 1462 "dos condes de la pequeña Egipto" con sus grupos de gente; poco más tarde otro "conde" apareció por Andújar[5]. A partir de entonces, su presencia será cada vez más frecuente en la provincia.
En el momento que pasan a formar parte de la vida de la población, el choque cultural es inevitable y la monarquía se hace eco plenamente de la anormalidad de la cultura gitana, como también lo hizo de la judía y de la musulmana. No pasaron muchos años desde su llegada cuando comienza a surgir la represión oficial. En 1499 los Reyes Católicos decretan las primeras medidas persecutorias. A los gitanos también se les denominaba "bohemios" o "castellanos nuevos"[6].
Como anteriormente los judíos, a los que por un lado se les admiraba por algunas cualidades profesionales, como las de administradores, mientras que por otro lado eran perseguidos por su cultura; a los gitanos se les admiraba  por sus cualidades artísticas, como la danza y, ya en 1571, hay constancia de su contratación como danzarines en el corpus de algunos lugares, como Alcalá la Real[7]; labor ésta que desarrollaron a lo largo de la Edad Moderna, incluyéndose sus danzas dentro de las definiciones que recibían en la época: danzas de gitanos, de cascabel, carao, turcos, indios, etc.[8] Desde un primer momento se produce una diferenciación entre el gitano estante, parcialmente adaptado a la sociedad, y el gitano nómada, que en definitiva será aquél que psicológicamente dará lugar al arquetipo popular peyorativo.
El temor al gitano es un miedo que en cierta forma aún hoy pervive y que, desde antiguo, ha tenido connotaciones racistas, que tienen como consecuencia el desarrollo de leyendas entorno a su maldad, como ya ocurrió con anteriores etnias minoritarias. En una época de intransigencia religiosa y cultural en general, abanderada por la monarquía y la iglesia, no hubo ni un sólo monarca español en la Edad Moderna que no dictara disposiciones contra los gitanos. En palabras de George Borrow: “quizás no haya un país en el que se hayan hecho más leyes con miras a suprimir y extinguir el nombre, la raza y el modo de vivir de los gitanos como en España”.
Las primeras disposiciones sobre los gitanos, dictadas por los Reyes Católicos en 1499 marcan un camino que se continuará en épocas posteriores:

“Mandamos a los egipcianos que andan vagando por nuestros reinos y señoríos con sus mujeres e hijos, [...] cada uno de ellos viva por oficios conocidos, que mejor supieran aprovecharse, estando atada en lugares donde acordasen asentar y no anden más juntos vagando por nuestros reinos con lo facen, o [...] salgan de nuestros reinos y no vuelvan a ellos en manera alguna, so pena de que si en ellos fueren hallados o tomados sin oficios o sin señores juntos,  pasados los dichos días, que den a cada uno cien azotes por la primera vez, y los destierren perpetuamente destos reinos; y por la segunda vez, que les corten las orejas, y estén sesenta días en las cadenas, y los tornen a desterrar, como dicho es, y por la tercera vez, que sean cautivos de los que los tomasen por toda la vida”[9].

En 1539 y 1560, las pragmáticas Carlos I y Felipe II también ordenan prender a los gitanos vagabundos y aquellos entre 20 y 50 años de edad mandarlos a galeras durante un período de seis años[10]. Es en el siglo XVII cuando la represión comienza a manifestarse en mayor intensidad, quizás debido a la soledad en que quedaron los gitanos como raza marginada tras la expulsión de los judíos y los moriscos y, también sin duda, al incremento demográfico que habían experimentado los gitanos[11]. A lo largo de las edades Moderna y Contemporánea se suceden las disposiciones contra ellos, a los que se acusa como raza de los más diversos delitos. En las Cortes de Castilla de 1610 se dice de ellos:

   "[...] En resolución, es tan mala gente que sin comparación exceden a los moriscos, porque en no ser cristianos les imitan y en los robos les ganan"[12].

La legislación mas dura fue aprobada bajo Felipe III, quien en 1619 decretó su expulsión de Castilla. Esto era difícil de conseguir al no ser una población sedentaria. Felipe IV, en una pragmática de 1633, les prohibió vestir trajes gitanos y seguir sus costumbres. La represión continuó con Carlos II. Las medidas persecutorias continuaron en 1692 y 1695, repitiendo las prohibiciones anteriores de vestido, costumbres y lengua, ordenándoles vivir en poblaciones de más de mil habitantes y prohibiendo que se les llamara gitanos[13].
En Jaén, aunque existían familias establecidas en algunas ciudades, la mayoría de la comunidad gitana era nómada, vagaban de ciudad a ciudad y, cuando lo hacían en crecido número, provocaban el temor en sus habitantes. En 1602, el concejo de la ciudad daba cuenta del crecido número de gitanos que habían llegado a Jaén, "gente desordenada [que] causan muchos daños", por lo que el corregidor dispuso la salida de los gitanos a un mínimo de tres leguas a la redonda bajo pena de 200 azotes, orden que se repitió unos días después[14]. A los pocos años, en 1608, se cometieron en Jaén muchos robos y otros delitos, acusándose a los gitanos. De nuevo el corregidor decidió expulsarlos de la ciudad bajo la pena de 200 azotes que establecía la pragmática. Este mismo año, de acuerdo con las disposiciones de las Cortes, el cabildo de Jaén prohíbe a los gitanos el tráfico de ganados y otros oficios a los que tradicionalmente se dedicaban[15].
En 1610, volvía a tratarse en el Ayuntamiento giennense la expulsión de los gitanos que no fuesen vecinos, tema que se trató en las Cortes de 1611-1612 con el fin de impedir los hurtos y asesinatos que se le asignaban. Se les trataba de vagabundos, ladrones del ganado de los pobres; y culpables de insultos, amancebamientos y de no ser cristianos más que de nombre. Los procuradores pidieron que se avecindasen en ciudades o villas de 1.000 o más vecinos, dejando su vestimenta, lengua y oficio de tratantes de ganado, o su expulsión[16].
La opinión sobre la moral y las prácticas religiosas de los gitanos también pesaba en la población, que les atribuía delitos insólitos. Tal es el que se cuenta en una obra anónima de 1617, Relación verdadera de las crueldades y robos grandes que hazían en Sierra Morena unos Gitanos salteadores, los quales mataron un Religioso y les comieron asado, y una Gitana la cabeça cozida y de la justicia y castigos que destos se hizo...:[17]

"Es gente sin Dios sin Rey
y entroduzen una lengua
con que ellos se entienden solos
y nadie no los entienda
Y lo que más me ha espantado
es que las criaturas tiernas
nacen con la inclinación
de las maldades que heredan
Y yo jamás lo he visto
recevir en las Iglesias
aquel precioso manjar
que da vida y vida eterna
...
Son moros con el que es moro
ereje con quien profesa
su maldad, y son christianos
en España de apariencias".

La Inquisición también actuó contra los gitanos como con otras minorías. El total de gitanos procesados en los diferentes tribunales de la Inquisición fue 168 (53 hombres y 115 mujeres), de los que sólo 16 correspondían al tribunal de Córdoba donde se englobaba la provincia de Jaén. Los casos correspondientes a gitanos vecinos o naturales de Jaén en este tribunal fueron sólo los tres siguientes:

- Año 1684. Sebastiana Gratiniana, natural y vecina de Úbeda, procesada por blasfemias. Fue sentenciada a destierro por cuatro años.
- Año 1745. Diego Moreno, alias "Serrano", de 44 años de edad, natural y vecino de Baeza, procesado por blasfemia. Fue condenado a ocho años de destierro (los cinco primeros en el presidio de Ceuta) y a 200 azotes.
- Año 1747. Sebastiana Fernández, vecina de Jaén. Fue procesada por supersticiosa([18]).
Otro caso tuvo lugar en la villa de La Guardia, en 1781, con gitanos no residentes en Jaén, en el que fueron procesados Juana Alonso Álvarez, también conocida como Juana Trujillo, natural de Fiñana (Obispado de Guadix) y José Lorenzo Maldonado, su compañero, herrero y esquilador, natural de Gabia la Grande (Granada). Habían llegado mendigando a La Guardia, donde fueron acusados de un delito de sacrilegio contra la Sagrado Forma. Según los testigos, Juana Trujillo recibió la Sagrada Hostia sin bendición y, recluyéndose junto al confesionario, advirtieron que se la sacó de la boca ocultándola. Fue acorralada por las "beatas", que advirtieron el hecho, por lo que tuvo que huir junto a su compañero que la aguardaba en la lonja. Conocido el hecho por el Prior, éste lo puso en conocimiento del Corregidor de La Guardia, que salió a perseguirlos y los capturó junto a una ermita. Se descubrió que no tenían cédula de desposorio y que la acusada llevaba encima "un poco de pelo negro, unos pedazos de uñas y un diente de criatura humana", entre otras cosas, lo que hacía pensar en brujerías y pactos con el Diablo. Varios años estuvieron en prisión antes de la sentencia, que al final condenó a Juana Trujillo a "abjurar de vehementi", con sanbenito de media, sacada en vergüenza por las calles públicas y destierro de determinados lugares por ocho años, dos de los cuales debía pasar en el Hospital de Úbeda o casa de reclusión; y a José Maldonado a "abjuración de vehementi", y doscientos azotes por las calles públicas, además de ejercicios espirituales[19].
Vemos que los autos se refieren a hechos poco relevantes, casi anecdóticos, sobre los que recaen duras condenas. Para George Borrow,  el menor número de casos denotan el poco interés de la Inquisición por los gitanos:

   "La leña apilada en las plazas de Madrid y de Sevilla, que consumía los cuerpos del hebreo, del morisco y del protestante, ardía por avaricia y envidia, y esas mismas piras hubieran consumido el cuerpo mulato del gitano si hubiese poseído riquezas y saber bastantes para irritar las dos pasiones dominantes de los españoles".

Sin embargo, no se puede dar crédito a este párrafo de Borrow, pues aunque el total general de gitanos procesados sea pequeño, sí es un número suficiente y bastante significativo respecto al contingente que debía haber entonces en el país([20]).
En Jaén, las disposiciones contra los gitanos se suceden periódicamente. En 1623 se trata en el cabildo municipal  la amenaza grave que supone la innumerable cantidad de gitanos que habían llegado a la ciudad y con ellos habían entrado "gentes de mal vivir"([21]), que causaban alborotos y pendencias; a los que se relacionó con los numerosos robos de ganado que se denunciaban en esos días. El Corregidor reaccionó decretando la pragmática en vigor que ordenaba la salida de todos aquellos gitanos que no eran vecinos.
Las sucesivas persecuciones les obligaban a incidir aun más en su vida nómada. Aquellos gitanos de vida sedentaria buscaban su tranquilidad en provisiones reales que avalaran su honradez y servicio al rey. Es el caso de una familia de gitanos de Alcalá la Real que había obtenido una Real Provisión de Felipe IV en este mismo año de 1623, justificada en el hecho de haber servido en Flandes más de veinticuatro años continuos con la pérdida de la vida de algunos de sus componentes[22].
Hubo ocasiones en que el miedo al gitano se transformó en una persecución violenta, como la que se produjo en 1668 contra los gitanos no avencidados en Jaén, refugiándose cincuenta de éstos en las iglesias y ermitas de la ciudad en busca de la inmunidad eclesiástica, no sirviéndoles para nada, pues el corregidor ordenó la entrada violenta de los alguaciles[23].
En el resto de las poblaciones de la provincia también se perseguía a los gitanos. En Santisteban del Puerto las actas del cabildo municipal de 8 de agosto de 1641 recogen el mandato de publicación de un texto que ordena salir de la población y su término a los castellanos nuevos que habían llegado a ella bajo pena de doscientos azotes[24]. En Porcuna, según un documento de 1674, se consideraba que los gitanos no eran cristianos, que no servían al Rey, que eran delincuentes,... y se les acusaban de los tradicionales delitos. Se movían en cuadrillas que a veces llegaban a las cien personas.
A finales del siglo XVII, el número de gitanos aumentó en Jaén, quizás debido a las persecuciones que les hacían en otros reinos, como Valencia y Murcia. La nueva pragmática de junio de 1695 contra los gitanos, sirvió al corregidor de Jaén, Marqués de Palomares, para llevar a cabo "limpieza de gitanos de la ciudad y término de Jaén", acabando con robos y muertes a base de "castigos, azotes, galeras y presidio"([25]).
En el siglo XVIII continuaron las medidas contra los gitanos, Felipe V en una pragmática de 1717 ordenó hacer un censo  con castigos de galeras, azotes y destierro para aquellos que no se registrasen o mintiesen, así como darle un lugar fijo de residencia en diferentes ciudades del reino, entre las que estaban Jaén, Úbeda y Alcalá la Real; y debían ejercer como oficio la labranza, prohibiéndoles expresamente el trabajo de herreros y el de tratantes de ganado, la asistencia a ferias, su vestimenta y su lengua. Fernando VI, en 1746, ordena el cumplimiento de las pragmáticas anteriores. Dos años después, en 1749, debido a "los graves motivos que han hecho muy notorios el atrevimiento de los llamados gitanos... esta multitud de gente infame y nociva", manda la aprehensión de aquellos que no observaban las reales pragmáticas. Fernando VI llegó a emitir una orden de detención a todos los gitanos (hombres, mujeres y niños) y enviarlos a galeras, cárceles, minas o casas de misericordia); pero pronto se vio obligado a cancelarla y ordenar su liberación por las dificultades de la empresa y las exposiciones de los gobernadores de las plazas de Marina y Arsenales donde estaban confinados. Nuevas pragmáticas contra los gitanos se repiten con Carlos III (1783) y Carlos IV (1795).
En referencia a la pragmática de 1783, ésta se leyó en el Cabildo de la ciudad de Jaén en enero de 1786 y, haciéndose eco de lo dispuesto en su artículo 13, se acordó la elaboración de un sello de hierro con las armas de Castilla en las que figurase el nombre de Jaén; el cual se debía tener siempre dispuesto para grabarlo en las espaldas de aquellos que contraviniesen la pragmática[26], continuando la línea de crueldad de épocas pasadas, además de seguir atribuyéndoles continuos delitos. Así vemos que, en un auto judicial de 1783, Vicente Gallardo, vecino de Jaén, hace referencia al robo de una jumenta por unos gitanos, que más tarde fue vendida en la feria de Jaén al vecino Alfonso Barragán. La jumenta fue reconocida por el albéitar como propia de Vicente Gallardo, surgiendo el pleito entre los dos vecinos por su posesión[27].
Aún en el siglo XIX continuaba la represión, la desconfianza y el miedo que producía en el resto de la población. Y como en épocas pasadas, se establecían medidas para el control de esta población nómada. En junio de 1846, el Gobernador Civil comunicaba a los ayuntamientos de la provincia de Jaén:

  "Las caravanas de castellanos nuevos que en varias direcciones vagan por esta provincia sin otra preocupación que la chalanería de algunas bestias cuyo origen es casi siempre desconocido, ha llamado mi atención por los daños que puedan inferir a los pacíficos y laboriosos habitantes de esta provincia [...], creo mi deber prevenir a los alcaldes de los pueblos de mi mando observen y guarden las disposiciones siguientes:
1. Todo castellano nuevo que se presente o ande por esta provincia que no esté avecinado en ella será arrestado [...]
2. A cualquiera de los dichos que aunque con pasaporte se advierta por él su vagancia [...] se les recogerá el pasaporte y se les expedirá otro con ruta marcada [...]
[...]
4. Los castellanos nuevos que después de mandados a sus pueblos sean aprehendidos reincidiendo, serán presos y sumariados con arreglo a la Ley vigente de vagos [...]
Jaén, 30 de Junio de 1846"([28]).

Estas medidas, que ya históricamente habían demostrado su poca efectividad por la vida nómada que llevaban los gitanos, no eran más que el intento de defensa frente al miedo que provocaba el desconocimiento cultural. El miedo lleva a identificar a todos los gitanos como delincuentes. En 1848, de los numerosos robos de caballerías que se daban en la provincia se culpaba a los gitanos y, si no se hallaban las pruebas, se les acusaba de trasladar rápidamente las caballerías a otras provincias. Para mejor controlarlos, el Gobernador Civil decretó —como se intentó hacer en épocas anteriores— la formación de un padrón de castellanos nuevos en el término de quince días, para lo cual todos ellos habían de presentarse en el plazo de cuatro días para ser empadronados con su familia. Para viajar habían de solicitar pasaporte e indicar el objeto de su viaje y punto donde se dirigían. Este pasaporte no se concedía si la persona encargada de ello no estaba garantizada por un vecino de confianza. También debían de llevar otro documento donde se expresasen los cambios, ventas y compras de caballerías[29].

3. Conclusión.

El miedo y la persecución a las minorías étnicas ha sido una constante en la historia. A menudo, las diferencias culturales han establecido barreras de comunicación entre grupos humanos diferentes en un mundo inseguro en el que el hombre es víctima de angustias y miedos colectivos a lo desconocido: pestes, hambres, guerras, enfermedades,... con frecuencia identificados con figuras malignas. La religión y la iglesia ejercían en estos casos un importante papel como amortiguadores de la angustia humana. Las minorías étnicas, que intentaban convivir en este mundo tan inseguro, terminaron siendo víctimas del miedo y la inseguridad de la sociedad tradicional. En este mundo no había lugar para los “diferentes”, la uniformidad era garantía de orden y la persecución permanente el mecanismo apropiado. Judíos y moriscos terminaron por perder su cultura o emigrar. En cambio, los gitanos resistieron duras represiones durante varios siglos, quizás por su carácter nómada y capacidad de adaptación a las difíciles circunstancias que tuvieron que soportar.
A mediados del siglo XIX esta situación comenzó a cambiar. El desarrollo agrícola que se produjo contribuyó a desarrollar el comercio de caballerías, que los gitanos ya ejercían y que tuvo en su vida nómada cualidades específicas que los convirtieron en tratantes de ganado por antonomasia, haciéndoles imprescindibles en la economía agrícola y, por primera vez se produjo un acercamiento cultural que llevó a cierto reconocimiento social y respeto profesional, no solo como tratantes de ganado, sino también por otras profesiones que ejercían desde tiempo atrás, como la de herreros. Su modo de vida nómada empezó lentamente a debilitarse y también parte de su hermética cultura, como su lengua, el romanó, de raíces sanscritas. No obstante, perduraron gran parte de sus costumbres y, en la memoria colectiva, el recuerdo de muchos siglos de incomprensión que siempre cuesta olvidar.