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sábado, 24 de mayo de 2025

Juan Garcia Santiago


 Juan García Santiago, conocido como "El Gitano", es un destacado activista y mediador gitano en la Región de Murcia, particularmente vinculado a San Pedro del Pinatar.  Ha dedicado su vida a la defensa de los derechos del pueblo gitano y a la lucha contra el antigitanismo. 

Trayectoria y Activismo

Delegado de FAGA en Murcia: Ha sido delegado de la Federación de Asociaciones Gitanas (FAGA) en la Región de Murcia, desempeñando un papel clave en la implementación de programas educativos y sociales dirigidos a la comunidad gitana.  

Presidente de la Asociación Gitana Rromano Phralipen: En San Pedro del Pinatar, ha presidido esta asociación, trabajando en proyectos de tutorización y mediación escolar, como el programa Edukaló, en colaboración con el Ayuntamiento local.  

Mediador y Coordinador de Programas: Ha coordinado iniciativas como la Escuela de Verano Edukaló, enfocadas en la educación y el desarrollo integral de niños y jóvenes gitanos.  

Participación en Eventos Culturales: Ha estado involucrado en la organización de eventos como la Semana de la Cultura Gitana en Cartagena, donde ha leído manifiestos y promovido la cultura gitana.  

Reconocimientos y Legado

Su labor ha sido reconocida por diversas instituciones y organizaciones, destacando su compromiso con la mejora de las condiciones de vida del pueblo gitano.  A través de su blog personal, "El Cuaderno de Un Gitano", comparte reflexiones y experiencias relacionadas con su activismo y la cultura gitana.  

Juan García Santiago es considerado un referente en la lucha por los derechos de los gitanos en España, siendo fundamental para dar voz a una comunidad históricamente marginada y promover una sociedad más justa e inclusiva. 

viernes, 23 de mayo de 2025

Gitanos Canasteros


 Los gitanos solían detenerse cerca de los ríos por razones prácticas y culturales:

1. Agua para consumo y aseo: El acceso al agua dulce era vital para beber, cocinar, lavar ropa y bañarse, especialmente viviendo en caravanas o campamentos itinerantes.

2. Para los animales: Caballos, burros y otros animales necesitaban agua y pasto, que solían estar cerca de los cursos de agua.

3. Trabajo artesanal: Actividades como la cestería, el curtido de pieles o el lavado de metales (como el estaño) requerían agua abundante.

4. Aislamiento y tranquilidad: Los márgenes de ríos solían estar alejados de núcleos urbanos, lo que ofrecía más libertad y menos conflictos con autoridades o poblaciones locales.

5. Tradición nómada: El estilo de vida gitano tradicional favorecía los espacios naturales abiertos y la cercanía a recursos esenciales.

Este tipo de asentamiento respondía a un equilibrio entre necesidad práctica y formas culturales de vida libre e independiente.

miércoles, 21 de mayo de 2025

a historia de los gitanos canasteros de la Sierra de Segura



La historia de los gitanos canasteros de la Sierra de Segura es una historia llena de tradición y transmisión de conocimientos. Aunque no hay una narrativa única y detallada en todos los registros, se sabe que estos gitanos han sido durante generaciones expertos en la fabricación de cestas y otros objetos de mimbre, una habilidad que han pasado de padres a hijos.

Su presencia en la Sierra de Segura está vinculada a la economía local y a su modo de vida, adaptándose a las condiciones del entorno y aprovechando los recursos naturales de la región. La artesanía de las cestas no solo era una actividad económica, sino también una parte importante de su identidad cultural.

A lo largo del tiempo, estos gitanos han mantenido sus tradiciones y formas de vida, enfrentándose a cambios sociales y económicos, pero siempre conservando su legado artesanal. La historia de los canasteros refleja su ingenio, su vínculo con la tierra y su esfuerzo por preservar su cultura en un entorno que ha sido su hogar durante generaciones.

martes, 20 de mayo de 2025

Gitanos Mayores de Orden y Respeto


 



Orgullo Gitano: Nuestros Mayores, Nuestra Guía

En el corazón del pueblo gitano late un valor que nos define: el profundo respeto a nuestros mayores. Ellos son nuestra memoria, nuestra historia viva, la voz sabia que guía nuestro camino.

Los jóvenes crecemos con orgullo aprendiendo a escuchar, a obedecer y a honrar a quienes han recorrido antes que nosotros el sendero de la vida. En sus palabras hay verdad, en sus gestos, tradición, y en su ejemplo, dignidad.

Ser gitano es llevar con orgullo la herencia de nuestros mayores y mantener viva la llama de nuestros valores.

¡Opre Romá!



martes, 13 de mayo de 2025

Dia de la Resistencia Romani


 

El Día de la Resistencia Romaní se conmemora cada 16 de mayo en honor al levantamiento del pueblo gitano en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en 1944, cuando cientos de hombres, mujeres y niños romaníes se resistieron a ser exterminados por los nazis.

Este día recuerda la persecución histórica sufrida por el pueblo romaní, especialmente durante el Holocausto —donde se estima que fueron asesinados entre 220.000 y 500.000 romaníes— y celebra su dignidad, lucha y resistencia frente al racismo y la discriminación.

Es una jornada de memoria, reivindicación y visibilidad para promover los derechos del pueblo gitano en todo el mundo.

domingo, 4 de mayo de 2025

Antón Cortés Vargas, el Herrero de Toledo – 1625"


 Antón Cortès Vargas Toledo 1625

Antón Cortés Vargas, el Herrero de Toledo – 1625"

Una historia real contada con el alma por Kako Julián Cortés.

Toledo, año de gracia de 1625. En plena España del Siglo de Oro, mientras se escribían versos para reyes y se alzaban iglesias para los poderosos, un gitano llamado Antón Cortés Vargas martillaba hierro candente en su fragua humilde, al pie de la ciudad imperial. No era noble ni rico, pero tenía algo que no se compra con ducados: dignidad y respeto ganado con el sudor de sus manos.

Antón era hijo y nieto de herreros gitanos, nacidos entre la Mancha y las riberas del Tajo. Desde pequeño conoció la dureza del yunque y la injusticia de los edictos reales contra su pueblo. Ya en 1619, Felipe III había ordenado el destierro forzoso de todos los gitanos. Eran tiempos oscuros: por ser gitano bastaba para que te condenaran al trabajo forzado, a galeras o a la muerte. Pero Antón no huyó. Él se quedó en Toledo, manteniendo su fragua abierta como acto de resistencia y honra.

Durante años fue conocido por su habilidad y fuerza, herrando caballos, fabricando herramientas y dando pan a su familia con su oficio. Pero también era conocido por su valentía serena. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, su voz era firme como el acero que forjaba.

En 1625, cuando los alguaciles llegaron a su taller acusándolo de “vagancia y rebeldía”, el mismo delito que usaban para acabar con miles de gitanos en Castilla, Antón no se dobló. Con el martillo aún caliente en la mano, les dijo:m

 “Aquí se forja hierro, sí, pero también se forja vida. Y esta vida mía no se doblega ni ante reyes si no hay justicia.”

Fue arrestado y encarcelado por no abandonar su lengua, su oficio y su raza. Pero en la cárcel, siguió forjando el alma de los que lo rodeaban. Enseñó su oficio a otros presos y nunca negó su sangre gitana. En los registros de la época figura como uno de los pocos herreros gitanos que, aún condenado, dejó constancia escrita de su procedencia y su lucha. Una rareza en un tiempo en que hasta los nombres de los gitanos eran borrados.

Murió lejos de su fragua, pero su historia no se apagó con el fuego de su taller. Entre los gitanos viejos se dice que cada vez que un martillo golpea un yunque en Castilla, el alma de Antón Cortés Vargas revive. Porque él no forjó solo hierro: forjó respeto.


Maria "La Churí" 1590 Granada


 Maria "La Churí" 1590 Granada

Relato de María Jiménez Cortés, “La Churí”

Granada, 1590 –

Por Kako Julián Cortés 

"No es el viento el que decide la dirección de un barco, sino la voluntad del que lo gobierna."

Hoy, quiero hablarles de una mujer que, contra todo viento y marea, se levantó como un faro de resistencia en un mundo que intentaba hundirla. María Jiménez Cortés, conocida en su pueblo como “La Churí”, fue mucho más que una mujer gitana. Fue la encarnación de la valentía, de una fuerza de voluntad que ni la persecución, ni el miedo, ni la Inquisición pudieron doblegar.

María nació en 1590, en el corazón de Granada, una ciudad de contrastes, de belleza y opresión, donde las ruinas de un pasado glorioso convivían con la mano pesada de la ley. Desde pequeña, María aprendió que la vida no se regala, que el mundo no ofrece piedad a aquellos que no siguen las reglas del poder. Su madre le enseñó a curar con hierbas y su abuela le mostró los secretos del alma gitana, transmitiéndole el fuego que corre por las venas de todos los que se atreven a ser diferentes.

A los veinte años, María ya se había ganado la reputación de curandera y cantaora, y no era una simple sanadora. Sus manos, aquellas que acariciaban las plantas para extraer su medicina, también eran las mismas que tocaban las cuerdas de un alma rota, al son de las coplas gitanas que hacían estremecer el aire. Pero lo que más la definía era su fuerza. Una fuerza que nunca temió al poder, ni siquiera cuando la Inquisición la marcó como objetivo.

Fue en el año 1613 cuando su vida dio un giro que la convertiría en leyenda. La Inquisición la acusó de "hechicería y prácticas supersticiosas", una acusación que no era nueva para los gitanos, pero que para María fue el comienzo de una batalla por su propia existencia. Pero no era una víctima, nunca lo fue. María no se inclinó ante los inquisidores. De pie, con los ojos fijos en los jueces, pronunció unas palabras que resonaron en las paredes del tribunal:

— “No soy bruja. Soy la hija de la tierra. La misma tierra que cura, que da vida. No me humillaré ante quienes temen la luz del conocimiento que no pueden controlar.”

Su respuesta fue un acto de valentía sin igual, y no es que no temiera. Todos temían a la Inquisición, pero ella sabía que el miedo solo se vence enfrentándolo.

El pueblo entero, gitanos y payos, se levantaron en su defensa. Los testimonios no tardaron en llegar, y en la plaza central, donde las murmuraciones de las voces populares se alzaban como un grito de justicia, muchos se unieron para declarar lo evidente: María no era una bruja, sino una mujer que usaba lo que la tierra le daba para aliviar el sufrimiento humano.

Sin embargo, la lucha no fue fácil. María enfrentó la posibilidad de ser quemada en la hoguera, pero jamás se rindió. En las noches frías, cuando sus enemigos pensaban que ya había sido derrotada, ella seguía sanando, protegiendo a los suyos, enseñando a las mujeres de su pueblo que no era el miedo lo que debía guiar sus pasos, sino la fuerza de la voluntad.

El tribunal finalmente la absuelve, pero la historia de María, la mujer que desafió a la Inquisición, no murió en las frías actas de juicio. Se convirtió en leyenda. María la Churí vivió como una guerrera de la vida, luchando por los suyos, por las mujeres, por su gente. Y cuando su tiempo en esta tierra llegó a su fin, no hubo lamentos. No hubo lágrimas. Solo hubo canto.

Porque María Jiménez Cortés, la Churí, no solo fue una mujer libre, sino un símbolo de todo lo que el pueblo gitano representa: una lucha constante, una resistencia que no se dobla, una llama que no se apaga.


jueves, 1 de mayo de 2025

SEÑALES HUEYAS DE NUESTRO PUEBLO


  Señales y hueyas de nuestro pueblo gitano

SEÑALES HUEYAS DE NUESTRO PUEBLO

Por Julián Cortés


Nadie lo veía, pero en cada piedra, en cada tronco rajado o en la esquina de una puerta, nuestros mayores dejaron mensajes. No con palabras, sino con señales. Las señales hueyas. Marcas sagradas que los gitanos sabían leer con el alma. Eran como faros en la oscuridad para quien no tenía tierra fija. Quien venía detrás, al verlas, sabía lo que el lugar guardaba: peligro, ayuda, desprecio, o pan caliente.

Las hacíamos con una tiza de yeso, con carbón o con un simple palo afilado en la tierra húmeda. No eran dibujos, eran susurros entre nosotros. Nadie más los entendía.

Una vez, a la salida de un pueblo de Castilla, un gitano viejo, herido en la pierna, hizo un círculo con una cruz dentro junto al camino. Estaba solo, sin fuerzas. Pero dejó la señal. Y gracias a ella, al día siguiente, una familia nuestra encontró el lugar, le curó la herida y le salvó la vida. “La gente es muy generosa y comprensiva con los Gitanos”, decía ese símbolo. Y era verdad. Allí, por una vez, no nos miraron con desprecio.

Otro símbolo, en cambio, una cruz simple, significaba: “Aquí no dan nada.” Y cuando lo veíamos, no hacía falta más. Nos íbamos. Porque nuestros mayores sabían que el respeto se gana también sabiendo cuándo marcharse en silencio.

Cada señal era una palabra sin voz, un escudo, una advertencia. Decían sin decir:


1. Aquí no dan nada.

2. Suplicantes mal recibidos.

3. Gente generosa.

4. La gente es muy generosa y comprensiva con los Gitanos.

5. Aquí se consideran a los Gitanos como ladrones.

6. Puede echar la buena ventura.

7. La señora quiere un hijo.

8. Ella ya no quiere tener un hijo.

9. Una anciana murió recientemente.

10. Un anciano murió recientemente.

11. Argumentos a favor de la herencia.

12. El maestro acaba de morir.

13. La señora está muerta.

14. La señora tiene poca moral.

Una tarde tranquila, bajo una encina vieja del sur, el gitano mayor —al que todos llamaban Abuelo Ramón— reunió a los niños y niñas de la barriada. Se sentó con su bastón, el alma cansada pero firme, y sacó un palo largo.

—Hoy os voy a enseñar lo que no se enseña en la escuela, ni se encuentra en los libros de los payos. Hoy os voy a enseñar las señales hueyas —dijo con solemnidad.

Los pequeños lo rodearon con respeto, en silencio. Ramón empezó a trazar en la tierra.

—Esta es la número uno: una cruz simple. Peligro. No entréis donde veáis esto.

—Esta otra, la número tres: un círculo. Gente generosa. Aquí se puede pedir con dignidad.

—Y esta, con una cruz dentro del círculo: los mejores. Dan pan, dan palabras buenas… y dan respeto.

Y siguió, señal por señal. Cada trazo era como si desenterrara una parte del alma del pueblo.

—Las inventaron nuestros abuelos —dijo Ramón— cuando el mundo no tenía sitio pa’ nosotros. Las inventaron para avisarnos, para cuidarnos. Para que ni el hambre, ni el desprecio, ni la Guardia Civil nos pillara desprevenidos.

Los niños dibujaron las señales en la tierra, uno por uno, como si fuera un ritual. No sabían que, al hacerlo, estaban grabando en su memoria una lengua secreta que los protegería.

—Y ahora —dijo el viejo con los ojos brillantes—, os toca a vosotros. Cuando yo ya no esté, alguien tendrá que enseñar esto mismo a los que vengan detrás.

Y así, bajo la encina, con los dedos manchados de tierra y las almas limpias, los niños y niñas gitanas aprendieron que no solo somos quienes caminan, sino quienes recuerdan, quienes avisan, quienes cuidan. Porque mientras uno solo de nosotros sepa leer las señales hueyas, el pueblo gitano nunca andará perdido.


NOS ROBARON LOS GALGOS

      A los gitanos nos robaron los galgos

             NOS ROBARON LOS GALGOS


Relato 

Por Julián Cortés.

La historia real del edicto del rey Alfonso V en favor de los gitanos de Egipto Menor

Año del Señor de 1425.

Por los caminos del Reino de Aragón avanzaba una caravana distinta. No eran mendigos ni soldados. Eran gitanos. La encabezaban Juan de Egipto Menor, llamado también el Viejo, y su primo Tomás, ambos reconocidos por muchos como “condes de Egipto Menor”. Traían consigo un salvoconducto real firmado por Alfonso V, rey de Aragón, que les permitía atravesar sus tierras con dignidad, rumbo a Santiago de Compostela.

Eran más de cien. Mujeres, niños, ancianos y herreros. Y junto a ellos, sus compañeros fieles: los galgos. Perros criados con amor y orgullo, símbolos de respeto, cazadores elegantes que corrían por la libertad. Uno era negro como la noche: Sombra. Otro, pardo y veloz: Liri.

Una madrugada de lluvia, mientras acampaban cerca de Tudela, llegaron hombres armados. Se llevaron los galgos a la fuerza, como si el orgullo gitano fuera botín. Hubo gritos. Un niño cayó herido. Las mujeres taparon a los pequeños con sus cuerpos. Los hombres apenas alcanzaron a ver las siluetas perdiéndose entre la niebla.

Al día siguiente, Juan pidió justicia. Mostró el documento del rey. Pero el alcalde le respondió:

—Ese papel no vale nada si lo trae uno de los vuestros.

Y entonces, no solo les robaron los galgos. Les robaron la palabra. Les robaron la justicia.

Pero Juan no se rindió. Envió emisarios a la corte. Y el 12 de enero de 1425, el rey Alfonso V dictó un edicto real: ordenó que se devolvieran los galgos, y que nadie osara molestar a los gitanos que viajaban bajo su protección.

Pero la herida ya estaba abierta.

Aquel niño herido aquella noche, hijo de un herrero, jamás olvidó. Ya de adulto, decía:

—Nos persiguieron primero por tener algo noble. Si un gitano podía criar galgos… entonces no era tan inferior como les convenía.

Así empezó todo. Años después llegaron las leyes contra nuestro pueblo, las cárceles, las expulsiones. Pero la primera herida fue el desprecio disfrazado de silencio.

Y por eso, aún hoy, cuando un viejo gitano oye a lo lejos un galgo correr, dice:

—Corre, galgo… pero no olvides a quién le robaron primero.