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domingo, 16 de enero de 2011

Ser gitanos ya no es lo mismo

En la historia de la humanidad, la raza de los gitanos muchas veces ha sido rechazada y tachada de hereje. Fueron víctimas de la inquisición y de la Segunda Guerra Mundial. En América Latina existen desde los tiempos de la Colonia y hoy, en Colombia le están pidiendo ayuda al gobierno porque reconocen que ser gitano es algo diferente.




Ya no son como Melquiades. No van de pueblo en pueblo con inventos tan inverosímiles como el imán o el hielo. Pero aún existen. Los gitanos en Colombia se llaman también comunidad Rom. Sus costumbres no son como las de otrora, pero todavía conservan muchos rasgos de sus antecesores. Hoy no les preocupa tanto deambular por el mundo; los inquieta más tener educación, empleo y seguridad social. Eso le piden al gobierno, aunque muchos de sus compatriotas ni siquiera imaginan que existen.



Son hijos de los que hace diez siglos surgieron en la India y decidieron que su única patria era el mundo. Llegaron a América con los primeros colonizadores porque en esa época en las naciones europeas los perseguían y expulsaban. En el país están organizados por grupos de familias, conocidos como cumpaniji, ubicadas en Bogotá, Girón (Santander), Cúcuta (N. de Santander) y Antioquia. Sólo en este país son más de ocho mil personas.



Población vulnerable



Ya no viven en carpas sino en casas de cemento y ladrillo: son sedentarios. Conservan su idioma, el romanés, pariente cercano del sánscrito, y le guardan obediencia a su propia ley, la krish, impartida y regulada por los ancianos gitanos. Se transmiten los oficios y saberes de generación en generación. Los hombres son artesanos del cobre y comerciantes de caballos o de zapatos. El poder de la casa reposa en los varones, mientras algunas mujeres todavía se dedican al oficio milenario de leer desdichas y buenaventuras en la palma de la mano.



Dalila Gómez es una gitana que rompe los esquemas: estuvo en la universidad y se preparó para coordinar las solicitudes de educación que hoy el pueblo Rom colombiano le hace al gobierno. Se viste de seda, colores vivos y muchos aretes y collares. Según ella, su grupo étnico se caracteriza por unas fronteras más amplias que las de la sociedad mayoritaria, pero le parece importante que el Estado los mire porque "además de ser un grupo étnico, somos una población vulnerable, buscando que las políticas lleguen a nuestros niños y a nuestros adultos de una manera etno-educativa".



Vénecer Gómez, un gitano joven que bien podría ser un universitario común y corriente, reconoce que "hay muchas historias alrededor del pueblo gitano. Muchas tienen algo de cierto, y otras nada de verdad. Preocupado por esto decidí que era el momento de darnos a conocer".



La decisión lo llevó a estudiar derecho en una universidad de Bucaramanga. Dice que lo más duro para él fue aceptar que se quedaría en un mismo lugar por varios años. Recuerda que su infancia la vivió de pueblo en pueblo y que su primaria la completó en muchos colegios. "Yo me aburro mucho en un mismo sitio -dice- . Hice la primaria con los papeles de traslado de colegio debajo del brazo. Mis padres veían que no había más trabajo y nos íbamos.



"El mundo es para conocerlo"



Ellos pertenecen a la nueva generación de gitanos. Igual que Lilio Cristo, aunque él tiene 76 años. Es un gitano de saco y corbata, hijo de una pareja de rusos que viajaba por el mundo. Su padre le contaba historias maravillosas de los diecinueve países que había visitado y de las guerras que había padecido. Esos fueron los únicos viajes, porque Lilio nunca ha salido de Colombia. "Para movernos por otros países nos toca respetar las reglas y lo hacemos con mucha prudencia", acepta.



Vénecer dice que los nuevos gitanos no recorren el mundo porque ya no es tan fácil como antes y porque ya no necesitan desplazarse para llevar a cabo su trabajo. "No se puede ir de un país a otro. Además, las comunicaciones han hecho que la gente no quiera trasladarse tanto".



Jairo Demetrio es el vocero de Rom ante el gobierno colombiano. Es más conocido en su comunidad como Espiro y, aunque cobra por las entrevistas, sabe hacer excepciones. Asegura que ya se cansaron de ser ignorados. "Por eso estamos solicitando ayuda, porque somos ignorados por el gobierno hace muchos años. Somos colombianos nacidos, criados y muertos, pero no nos tiene en cuenta"



Lilio dice que con dinero podría ser como los gitanos de antes para los que la única patria es el mundo. "Somos forasteros. Nos gusta conocer un sitio y otro porque el mundo es para conocerlo. Pero cuando hay modo económico. Si no lo hay, se establece uno en un sitio por algún tiempo y de acuerdo a como estén las cosas se puede ir para otro".



Un pueblo sin derechos



La mayoría se queja de que es poco lo que se sabe de ellos. Una de las costumbres que en algunos casos se mantiene intacta es la del matrimonio. El ritual se divide en tres momentos. Primero es el manglimosh, o pedido en el que el padre del novio debe dar una dote por la mano de la novia; luego el abiao o matrimonio, en el que la pareja se une con el consentimiento de los viejos, y se consolida la unión con el appachiu, en el que la mujer debe demostrar su virginidad como símbolo de pureza y honor.



Sandra Demetrio es una gitana del barrio Nueva Marsella, de Bogotá. Tiene 29 años y aún no ha llegado ningún padre de un gitano a pedir su mano. Cuenta que su infancia fue con otras niñas gitanas y que los asuntos de leer la mano son cosa de su madre. Nunca ha tenido novio. "En realidad las gitanas no podemos tener novio. Solo una familia gitana llegará a pedir la mano de una hija que le guste para su hijo. Si los padres están de acuerdo en eso, se realiza la ceremonia de compromiso y matrimonio".



Espiro vuelve y se queja. "Nunca nos han tenido en cuenta como una raza. No tenemos ningún beneficio. No somos empleados públicos, la educación y la salud es inalcanzable. Por eso pedimos subsidios para mayores de 60 años y el estudio para nuestros hijos". El gobierno, a través de las dependencias de varios ministerios ya estudia las propuestas.



Vénecer, por su parte, siente que lo que hace él servirá para una inclusión justa del pueblo gitano. "Estudiando derecho me di cuenta de que hay muchos derechos a los que el pueblo gitano no ha accedido porque los desconoce. No queremos pertenecer a esa sociedad; pero queremos los mismos derechos".



Dalila pide que a la hora de mirar a su pueblo no se olvide que ellos tienen una filosofía de vida muy clara: el hoy y el ahora. "Un gitano sale a trabajar hoy para comer hoy. No tenemos en la mente las riquezas. Por eso hoy en día se nos hace muy difícil vivir en estas sociedades donde el capital y la cuestión económica es lo que priman. Tratar de desarrollar nuestra cultura se hace muy difícil por eso".



Fuente: Correo del Caroní (Colombia)





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