En la viña del Señor no hay reniegos ni fronteras.
Cada sarmiento nace distinto, pero todos beben la misma savia.
Allí crecen las uvas morenas y doradas,
allí se junta el fruto del sudor y de la esperanza.
El Señor plantó su viña en la tierra entera,
y en ella puso también al pueblo gitano,
que supo resistir la sequía de la injusticia
y florecer entre pedregales de desprecio.
La verdad es esta:
ninguna cepa sobra en la viña del Señor.
Los gitanos, con su cante y su camino,
con su historia de dolor y de orgullo,
son racimos vivos que dan dulzura al mundo.
Que no se arranque la parra del hermano,
que no se desprecie el fruto de su vida.
Porque en la mesa del Reino,
el vino será más puro y más alegre
cuando todos los pueblos compartan la copa.