Acabo de leer la noticia difundida ampliamente por las
agencias informativas. La mitad de los gitanos españoles somos gordos, muy
gordos, porque de esta manera demostramos que somos poderosos. Dios mío, ¡que
barbaridad! Lo ha dicho una bióloga de la Universidad del País Vasco que ha
catalogado este afán que tenemos los gitanos y las gitanas por estar gordos como
una consecuencia de nuestra “cultura obesogénica”. ¡Chúpate esa! Y para que no
quede la más mínima duda de que para nosotros la obesidad es un símbolo de
poder, concentramos todas nuestras grasas y michelines en el abdomen. De tal
manera que tener delgadas las piernas o los brazos da igual. Lo verdaderamente
importante es tener una prominente barriga que infunda respeto y sumisión a los
gitanos y gitanas que, para desgracia de ellos, estén delgados.
La investigadora ha realizado su estudio analizando los
comportamientos de 50 familias gitanas que agrupan a unos 380 individuos. Y como
consecuencia de ello ha puesto de manifiesto las graves consecuencias que para
la salud comporta la obesidad. Así dice que los niños de familias gitanas que
participan en su estudio son ya hipertensos y muchas mujeres podrían tener
problemas de diabetes o de corazón en la época posmenopáusica. Y añade que la
obesidad de tipo abdominal es especialmente peligrosa en los hombres ya que está
ligada a la enfermedad cardiovascular y a la diabetes.
Lo dicho hasta aquí, bromas a parte, me sugiere algunas
reflexiones. Aunque debo manifestar por adelantado mi respeto por cualquier tipo
de investigación que en el ámbito de la salud contribuya a que llevemos una vida
más sana y por ende más optimista y agradable. No podría ser de otra forma
teniendo, como tengo, una hija que es médico.
La primera reflexión me lleva a concluir que tienen razón los
gitanos que dicen “¡Basta ya de tantos estudios sobre nosotros! ¡Parecemos
conejillos de indias!" Y llevan razón. Somos el grupo de población que concita
el mayor interés científico de todos los investigadores. Tengo en mi poder
muchos estudios de antropólogos, de todas las ramas, que nos han estudiado hasta
la saciedad. Recuerdo que en mi juventud acompañé a una investigadora de la
Universidad Complutense de Madrid para que realizara una investigación en el
Campo de la Bota barcelonés. Ella tomaba nota de la medida perimetral de
nuestras cabezas, anotaba detalladamente el color del iris de nuestros ojos y
hasta se llevaba un manojito de pelo que cortaba de la cabellera de los
pacientes gitanos después que éstos me miraran insistentemente recabando mi
consentimiento. Fracasó rotundamente nuestra investigadora cuando pretendió
extraer una gota de sangre de aquellos gitanos. Ni yo lo autoricé, ni ellos se
dejaron.
No caben en una de mis estanterías los estudios realizados por
los sociólogos en el ámbito de nuestra vida urbana. Son volúmenes de todo tipo,
especialmente hechos en el ámbito sociográfico. Allí están desde el pionero del
Instituto de Sociología Aplicada realizado por los jesuitas durante el
franquismo, hasta la última tesis doctoral elaborada por cualquiera de los
discípulos de la gran investigadora, catedrática en la Universidad Autónoma de
Barcelona, Teresa San Román.
Igualmente en el campo de la medicina, -que posiblemente sea
el primero en el que los científicos empezaron a estudiarnos-, tenemos muchos e
importantes estudios. Debo señalar aquí las investigaciones realizadas en el
siglo XIX por el doctor B. Ely, holandés, que descubrió en nuestra sangre
elementos coincidentes con la de los habitantes del Punjab para determinar el
origen indio de nuestro pueblo, hasta el proyecto que me presentaron
recientemente unos ilustres profesores del Hospital Clínico de Barcelona
destinado a descubrir una nueva y extraña enfermedad que se da solo en algunos
niños gitanos.
Podría hacer esta lista interminable y algún día lo haré. Por
el momento déjenme que transcriba lo que ha escrito Judith Okely, que es una
investigadora, autora de un estudio sobre los gitanos ingleses: “Los
estereotipos de los gitanos y las explicaciones sobre ellos, sean mentiras o
verdades, pueden ser invenciones o artimañas para confundir en vez de
reflexiones sobre la realidad. La imagen de los gitanos y la información sobre
ellos transmitidas a los payos por los gitanos pueden dar más información sobre
los payos que sobre los gitanos”.
La segunda reflexión, mucho más puntual, está en línea con los
resultados que en ocasiones se extraen de estos estudios y que suelen ser pasto
luego de informaciones que poco o nada nos benefician. Como esta que comentamos.
El resultado final será que los gitanos somos un pueblo de gordos autoritarios y
primitivos a quienes, según la autora del estudio, nos gustan las mujeres
hermosas porque nos parece un símbolo de fertilidad. Tal vez en esto último
lleve razón la señora bióloga: reconocemos que a los gitanos nos gustan más las
mujeres hermosas (que no es sinónimo de obesas) que las flacas o esqueléticas.
Pero mucho me temo que ese gusto lo debemos compartir con el 99 por ciento de
los hombres “payos” del planeta.
Cuando yo era niño y vivía en el Cádiz de la posguerra la
gente del pueblo solía decir cuando se encontraban con algún amigo o
conocido:
- Ayer vi a tu hijo. ¡Está tan guapo y tan gordito que es una
bendición!
Naturalmente. Estar gordito era la expresión máxima de la
belleza que no consistía en otra cosa más que en no pasar hambre en una época en
la que los españoles tenían los alimentos racionados. Los gitanos de hoy estamos
gordos porque comemos mucho o porque comemos mal. Exactamente igual que los
“payos”, sean de aquí o de Nueva York.
Tercera reflexión. Alguna vez he oído decir a más de un gitano
que si el dinero que se gastan las administraciones en subvencionar tantos
estudios e investigaciones sobren nosotros lo emplearan en remediar alguna de
nuestras más perentorias necesidades, mejor nos irían las cosas. Y tal vez
lleven algo de razón. Se han escrito y publicado informes absurdos, muchos
innecesarios, buena parte de ellos falsos porque los gitanos han respondido con
falsedad a las preguntas impertinentes de los encuestadores, y casi todos se han
realizado al margen de la voluntad de los propios gitanos.
Hace tres o cuatro años se celebró en Bruselas la Primera
Cumbre Gitana Europea. A ella asistieron la mayoría de los líderes gitanos del
viejo continente. Y junto a nosotros un conjunto de autoridades de primer orden
de los Estrados miembro de la Unión Europea. En el programa estaba previsto que
interviniera Rudko Kawzinski, líder de los gitanos alemanes y actual presidente
del Foro Europeo de los Rromà que depende del Consejo de Europa. En el momento
de su intervención le escuchaban varios ministros de diferentes países, al menos
tres Comisarios del Gobierno Europeo y posiblemente un par de docenas de
Directores Generales y Secretarios de Estado entre los que estaban también los
altos representantes del Gobierno Español. Rudko, que es un hombre avezado en
viejas luchas se refirió a los estudios e investigaciones que de forma
permanente se realizan sobre nuestra cultura, nuestro idioma, nuestras
costumbres, nuestras tradiciones, nuestro folklore, nuestra gastronomía, nuestra
manera de vestir y hasta sobre nuestra forma de andar. Y en aquel momento, con
evidente irritación, levantó la voz para decir ante tan insigne auditorio:
- Señores ministros, señores directores generales, basta ya de
subvencionar tantas investigaciones innecesarias que a los gitanos en nada nos
favorecen. ¿Saben que deben hacer ustedes? Traigan todos esos estudios a la
plaza en las duras noches del frío invierno y préndanle fuego. Al menos servirán
para que los gitanos nos calentemos.
Es evidente que yo no suscribo esas palabras como tampoco lo
haría en su literalidad el mismo Rudko, que es un hombre inteligente. Jamás hay
que prender fuego a los libros, pero no es menos cierto que alguien debería
reflexionar sobre la utilidad que tienen algunas investigaciones de las que
luego los medios de comunicación van a destacar lo más llamativo: que los
gitanos estamos gordos porque de esa manera reafirmamos nuestra fuerza y nuestro
dominio sobre los demás. Realmente penoso.
* Juan de Dios Ramírez-Heredia es abogado y periodista.