—Le conceden la Cruz de Oro por su trabajo para la inclusión del pueblo gitano ¿Qué labor viene realizando?
—Comencé a colaborar en el Secretariado Diocesano Gitano de Valladolid en 1971 en áreas como la educación, la formación laboral, la vivienda, entre otros aspectos. Se trata de un trabajo mixto en el que participan educadores, trabajadores sociales, sacerdotes, gitanos y no gitanos. Siempre me he sentido muy respaldado por los colectivos implicados, además por instituciones con el Ayuntamiento de Valladolid, con el que tenemos una relación ya larga, con la Junta de Castilla y León y también con el Gobierno.
—Y tras cuarenta años de lucha ahora y como presidente de la Federación de Asociaciones Gitanas de Castilla y León le llega este reconocimiento. ¿Cómo lo recibe?
—Me ha sobrepasado, pero si le digo la verdad con una enorme satisfacción. De todos modos, lo recibo en nombre de todos los gitanos y payos que nos ayudan.
—Marginación, vivienda, educación son algunos de los problemas tradicionales de los gitanos ¿En el siglo XXI siguen siendo los mismos?
—La vivienda sigue siendo un problema grave, además acentuado por la actual crisis, como para todo el mundo. De todos modos, la integración del gitano en viviendas de altura es más fácil, pues en una comunidad de vecinos el gitano deja de ser visible. Sin embargo, en una casa de planta baja no deja de ser una prolongación de la vida en la calle, una tradición de un pueblo muy nómada.
—De todos modos, todavía hay bastantes casos de niñas que son sacadas de los institutos cuando son «pedidas» por con su futuro esposo.
—Todavía algunas familias se resisten a abandonar esa costumbre. Pero si los payos han tenido 500 años para evolucionar, nosotros en poco más de 30 años aún no nos han dado tiempo, a pesar de lo cual estamos cambiando rápidamente.
—¿Pone esa fecha por la llegada de la democracia?
—Antes de la democracia, el pueblo gitano no existía, era invisible. Fíjese, había una normativa que prohibía que tuviéramos acceso a las viviendas de protección oficial. También ocurría que cuando se derribaba unas viviendas se daban nuevas a los payos y para nosotros eran las chabolas. Con eso le digo todo. Pero ya le digo, cuando los gitanos adquieren derechos van asumiendo los deberes.
—¿Con la crisis los avances logrados han sufrido algún retroceso?
—En la vivienda especialmente, pero como a mucha otra gente. Además, cuando el obrero deja de tener ingresos, deja de comprar en nuestros mercadillos.
—Usted vive en el barrio Belén de Valladolid, donde conviven payos y gitanos. ¿Colaboran unos y otros por mejorar el barrio?
—Hay buena convivencia. De todos modos, le tengo que decir que los gitanos no vivimos en una burbuja, pero claro si un payo delinque no tiene tanta repercusión como si fuese un gitano, pues se subraya su condición gitana.
—Una de sus labores más destacadas es la de mediador entre familias, especialmente gitanas. ¿No se debería aplicar esa figura a toda la sociedad, gitana o no?
—De hecho ya hay mediadores, por decirlo de algún modo, para conflictos de pareja. El mediador, o el arreglador como decimos nosotros, acude con un cubo de agua a apagar un fuego antes de que se eche más leña.
—Tras todos estos años, supongo que la autocrítica es obligada entre los gitanos. ¿Qué cree deberían cambiar para evitar su exclusión?
—El pueblo gitano está muy orgulloso de sus tradiciones, pero hay que desbloquear las que suponen un obstáculo para su desarrollo como era esa idea de que si íbamos a la universidad dejaríamos de ser gitanos.