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martes, 23 de octubre de 2012

Gitanitos valientes (por Marcos Santiago Cortés)


Hace tiempo que quiero hacer un escrito sobre este tema pero mi problema es que no encontraba espacios adecuados para ello, entre otras cosas, porque un lector no especial como sí lo son los lectores de El Secre, podría ver como una salvajada hacer un homenaje a personas conflictivas llenas de antecedentes penales, al desconocer nuestra desventajosa situación social pasada y nuestro vivir al margen de la ley, sobre todo porque la ley no nos amparaba como ciudadanos de pleno derecho. En los tiempos de los protagonistas de este escrito, finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, los gitanos no gozábamos del beneficio de la presunción de inocencia y el derecho penal que regía en los romaní era un derecho penal de autor no de acto; el ser gitano ya condicionaba a priori los procedimientos y las sentencias hacia la culpabilidad. Estas adversidades, irremediablemente hicieron nacer un sistema de justicia gitano al margen de la ley de los gachés, al margen de los códigos penales, al margen sobre todo de cualquier tipo de denuncia ante la guardia civil por una porfía entre flamencos. Natural, porque no podíamos esperar equidad y justicia de un sistema que intrínsicamente era injusto para nosotros los gitanos. Gracias a Dios, la democracia hizo cambiar poco a poco no solo las leyes, sino el corazón de muchos jueces, fiscales y policías, y aunque aún, en muchos procedimientos penales y en la simple cotidianeidad se respira a veces un ambiente racista, la realidad es que las leyes democráticas han significado un avance sin precedentes en la consecución de la igualdad entre las personas independientemente de su origen étnico o social.
De aquel sistema de justicia al margen de la ley de los gachés, nacieron figuras de hombres que se convirtieron en baluarte de sus territorios frentes a los abusos de las personas ruineras cuando los mayores de respeto fracasaban en sus mediaciones. Donde más se veía el desarrollo de este conflicto era en las antiguas ferias de bestias. Allí era importantísimo ocupar un buen espacio donde montar las tiendas y pastar las bestias a la vista de todo chalán. En las ferias había muchas peleas y disputas por estos sitios privilegiados y aquí es donde más sobresalía la figura de los abusones y del valiente que casi siempre actuaba solo o ayudado por un primo, porque los primeros, o intentaban adueñarse de muchos espacios o echaban a los que llegaban de lejos bajo el pretexto de que no estaban en su tierra –violando con este proceder el derecho internacional gitano que dice que toda la tierra es de todos los gitanos que vengan con buenas intenciones–. Incluso había territorios en los que los abusones pedían un corretaje o pase pecuniario para poder entrar en sus ferias a gitanitos nobles y cansados que venían de lejos a ganarse el pan de sus familias. Antiguamente había muchas injusticias de este tipo, tanto que muchos gitanos desesperados por los abusos afirmaban que la ley gitana era un patraña y que era más bien la ley de la fuerza. El abusón, abusaba generalmente con un gran número de varas disponibles y siempre “probaba” al honrado para ver si le salía la jugada y, a veces, pocas, les tocaba probar a hombres que se “vestían por los pies y se peinaban para atrás” y les salía el tiro por la culata.
En la antigua ética gitana, si un hombre, después de agotar la vía pacífica, había matado pero defendiendo una razón, una verdad, y sobre todo segando con la fuerza un abuso que las sabias palabras no habían podido evitar, este hombre nunca sería llamado asesino ni delincuente sino hombre de honor, bragado y valiente; y al contrario de ser marginado, era encumbrado en la gloria y referido de generación en generación como un ejemplo de integridad moral. Hay que subrayar que aquellos enfrentamientos entre hombres no era como ahora que por pequeñeces la gente busca ruinas ni por repugnantes asuntos de ajuste de cuentas de trafico de drogas que están matando todos nuestros valores y nuestra juventud. Antiguamente, el menor gesto de un rival de no querer pelear, era suficiente para parar la contienda y tomar café en son de paz. Yo he intentado hacerme eco de los más posibles y, por eso, en este escrito y en este espacio intentaré informaros de algunos de ellos.
Sin lugar a dudas el puesto número es para Genaro Reyes de casta gitana casera, de la familia de los Genaros, nacido en Linares (Jaén), que con setenta y cinco años de un puñetazo tiró al suelo un burro ante la burla de un gitano joven que dijo que Genaro ya estaba acabado. Cierta vez vino un payo de Asturias que llegaba al techo. Entró en la taberna buscando a Genaro para pelear con él y fue a preguntarle al mismo Genaro si conocía a un tal Genaro. El asturiano no reparó ni por asomo que le hubiese preguntado al mismísimo Genaro puesto que aquel minúsculo personajillo no podía ser el famoso Genaro de Linares. Genaro le contestó que dentro de poco vendría Genaro al bar. Se levantó, fue al servicio y –con perdón de los lectores– metió su alpargata en el excusado, salió y a alpargatazos llenos de mierda le pegó un palizón al asturiano. En su juventud protegía los intereses de una marquesa a la que la partida de bandoleros de El Jaco le robó los caballos, y Genarillo, que no medía más de metro y medio pero tenía las manos que le llegaban al suelo, fue solo a la sierra, se enfrentó a toda la partida y El Jaco, impresionado, paró la pelea y le entregó todas las mulas. Cuentan que tuvo que matar a un gitano sin querer y acudió disfrazado de mendigo al mismísimo entierro. Este hombre, quizá sea el valiente más conocido de todos, tanto que en cualquier lugar de España fue admirado, respetado y querido porque la puerta de su casa siempre cobijó a gitanos que fuesen “najando”, huyendo de los civiles y no hubo feria donde alguien tuviera cojones de marginar las mulas de Genaro Reyes. Se dice que hablaba con el acento muy dejado, como si estuviese siempre cansado o distraído. Supongo yo que ese acento distraído era una forma de camuflar una reacción a la velocidad de la luz.
Pepe Santiago, El Mongino, de casta casera nacido en Úbeda de la familia de los Pintamonas, hermano del abuelo de mi padre. Este Mongino era otro fuera de serie que siempre andaba defendiendo a su hermano Hermógenes, que era un empedernido y problemático jugador de cartas. Se cuenta que este hermano prestó dineros a Genaro Reyes y que éste no terminaba de pagarle nunca hasta que Pepe el Mongino acudió a la taberna y estando Genaro jugando a las cartas, le dijeron que Hermógenes estaba fuera para pedirle los dineros. Genaro contestó: –¿Qué quiere esa mierda? –. Genaro no sabía que era el Mongino, que escuchó la expresión con la que calificó a su hermano y entró a por todas. Al pedirle el dinero, Genaro le contestó que se lo pagaba poco a poco porque Hermógenes todo se lo jugaba a las cartas. Mongino le contestó: “¿Quién eres tú para ser el banco de mi hermano?” Genaro fue a levantarse “para entregárselo” pero el Mongino le puso la mano en el hombro y le dijo que se lo entregara sentado. Genaro viendo su desventaja se sacó el dinero y se lo dio a Mongino. Aunque dicen que se lo entregó por no buscar una ruina entre familias y no por falta de cojones o posición desventajosa porque Genaro era cuñado de Hermógenes. Lo cierto es que el Mongino fue el único que desafió a Genaro y salió airoso. Genaro luego mandó un recado de que el Mongino no se atreviera a entrar a Linares y el Mongino contestó al mensajero que estaba de acuerdo, pero que le dijera a Genaro que nunca saliera de Linares y que esa ciudad sería su tumba. Viendo las respuestas los dos hombres decidieron olvidar el asunto.
El pobre Mongino nunca dormía tranquilo por culpa de su hermano Hermógenes. Una noche Hermógenes se fue al casino del pueblo y ganó diez duros. El propietario del local había puesto a un payo como guarda y matón del local, temido en toda la comarca, llamado con el sobrenombre del “payo Parchena”. Parchena era un gachó temido por todos los gitanos. Pues bien, Hermógenes aquella noche ganó y se marchó para la casa pero Parchena lo paró en la puerta y le ordenó: “Dame los diez duros y quítate las botas y dámelas”. El pobre de Hermógenes llegó descalzo a la casa y se lo comentó a su mujer, Concha. Mongino, que vivía con ellos, se hizo el dormido. Pero al rato le dijo a su hermano: “Voy dar un paseo a ver si veo algo abierto para tomarme una manzanilla para purgarme, que estoy rabiando con el estómago”. Hermógenes le dijo: “Llévate la garrota” y el hermano contestó que no la necesitaba porque no iba a alejarse de la casa. Mongino sabía que la garrota era poco para el payo Parchena; según sus palabras, “Yo sabía que la garrota solo serviría para enrabiar al payo Parchena” y se echó un pistolón a la cintura. Encontró a Parchena en la barra de un bar de espaldas a la puerta y desde ella le gritó: “¡Parchena, dame los diez duros y quítate las botas!” Parchena se volvió y dio a entender a Mongino que no lo hacía porque se lo había gastado y que no se quitaba las botas porque no llevaba otras y quedaría descalzo. En ese instante Mongino le pegó dos tiros a Parchena y se sentó a esperar a la guardia civil, pero puso como condición para salir del bar que entrase un sargento amigo de él. Así fue. Mongino estuvo preso un tiempo y Parchena se recuperó de sus heridas en otra tierra. Una vez que Mongino salió, Parchena volvió a Úbeda que es donde había ocurrido toda esta doji (ruina) y mandó recados por todo el pueblo para que Mongino se marchara de Úbeda. Mongino sabiendo el recorrido que Parchena hacía todos los días, se cruzó en su camino. Parchena pasó a escasos metros de él y no fue capaz de hacer nada. Definitivamente Parchena se marchó de Úbeda. Tengo que decir que Mongino era valiente, pero su mujer tenía que acompañarlo a orinar porque le daba miedo ir solo en la oscuridad.
El Chato la Liendre, de la familia andaluza llamada con el sobrenombre de los Chiquitines, de casta canastera, pues esta familia es tan numerosa como baja de estatura, por lo que cuentan.
El Chato de los Maticas de Haba apodo que tiene esta familia por ser de las más numerosas de España de casta canastera. Dicen que su vara era el tronco de un olivo. También se habla mucho de este gitano, valiente donde los haya, que hablaba como algo gangoso. También fue un hombre al que nadie le achicó y se comenta que después de muchísimos años, aún hoy una familia no puede pasar de Despeaperros para abajo respetando al contrario Chato de los Maticas de Habas.
El Cirolón de Córdoba, de casta canastera también llamado “El potro sin domar”. La anécdota más conocida es la que cuenta que llegó un gitano de Murcia y vino a medirse con él (porque antiguamente, como los pistoleros del Oeste americano, si un hombre tenía fama de echao palante, llegaban hombres de lejos a pelearse con él para arrebatarle esa fama para sí). Bueno, como decía, vino un gitano de Murcia a medirse al Cirolón y al exclamar el Cirolón: “Yo soy el potro sin domar” el otro le contestó: “Pues a mí me llaman “El domador de potros”. La verdad es que nadie ha podido informarme quién venció de los dos.
Félix El Grande de los Celedonios de Extremadura, de casta gitana canastera que con ochenta años ganó la partida a un gitano joven que vino de tierras lejanas a medirse con él. Resulta que este joven llegó a la taberna y preguntó por él. Félix, ya muy mayor, le preguntó para qué buscaba a Félix El Grande y este le dijo que venía a matarlo. El anciano le dijo: “Acércate por favor que no te veo bien, que estoy muy mayor y no te escucho tampoco”. El gitano joven se acercó lo suficiente para que Félix le pegara un bastonazo que hizo caer al joven de bruces herido de muerte.
Manuel El Andaluz (y su hermano Juan Caballero), gitano nacido en Monasterio (Extremadura) de casta canastera. Aquí estamos hablando de un hombre en todos los terrenos. Se cuenta que tres gachós mineros fueron a probar su valentía, Manuel El Andaluz les ganó la pelea, los llevó al cementerio y les hizo beber vino de una calavera. También se le acusó de un homicidio y los civiles lo encerraron en un calabozo toda la noche con el muerto. Al amanecer, el forense aseguró, tomándole las pulsaciones al Andaluz que era imposible que fuese el asesino porque su pulso no estaba alterado lo más mínimo.
Antonio Tomate, canastero gitano de Almería. Uf, de éste no sé ninguna anécdota, solo que era una auténtico torbellino en las chingaras, pero mis palabras no lo ofendan, este gitano tenía muy mala leche.
Tragabuches, de Granada, de casta casera, gitano torero que sorprendió a su mujer con un amante que se escondió en una tinaja de vino. Lo mató y huyo a la sierra para formar parte de la conocida partida de “Los siete niños de Écija”.
El Habanero, canastero, era un gitano del norte, de Zaragoza y, por lo que sé, nadie le tocó la cara nunca. El Habanero entró a un bar y un hombre le retó a que no cogía una calavera en un cementerio; y El Habanero dijo que si lo hacia, el otro tendría que beber vino de la calavera. Así que fue y le obligó a beber al que le retó, aun teniendo ésta resto de carne, pellejos putrefactos. A los días el gachó murió, seguramente de infección o de asco. Estuvo estardo (preso) y le metieron en una celda con el asesino con record en muertes de la zona, y echaron suertes sobre el ganador, que fue El Habanero que salió indemne. El Romo y El Vero, ambos de los Matas de habas, ambos canasteros. Hay un dicho… “En la vara del Romo te veas”; por lo visto era como un árbol de grande.

Antón de los Garabatos medía 2,15 m. Se iba a las tabernas a beber vino y también le daba a su caballo en las ferias de ganado. En una de esas juergas, llegaba tarde a coger el tren camino de otra feria, y ya habían quitado la pasarela para que entrase su caballo, así que lo metió el en peso. Hubo un abuso a un gitano en una feria y como eran tantos y tan chiquitillos tuvo que quemarles sus casas por haberle dado una paliza de muerte al gitano débil.
Hay un caso que para mí es especial por tratarse del tío de mi bisabuela Teresa Castellón Jiménez, oriunda de Monzón (Huesca). Resulta que la abuela de mi padre siempre pedía que no fuéramos valientes, que fuéramos gente pacifica y tranquila (quizá por eso yo haya salido tan cobardica), y decía la pobre que nunca diéramos el apellido “Castellón” por ningún sitio de España, porque los castellones habían tenido muchas chingaras y peleas, y cualquier lugar de España era ideal para encontrar contrarios. Lógicamente esos tiempos pasaron y mi posición social y educación actual no tienen ya nada que ver con estas cosas. Nos hablaba de que sus tíos, Matías, Dendín, Chato Sencillo y Luis, eran muy bragados.
Matías Castellón mató a un negro en Ceuta porque por casualidad contempló cómo este individuo estaba abusando sexualmente de la pobre gitanita que iba por las calles vendiendo sus mantelerías. Luego resultó que la gitana era la mujer de un gitano contrario suyo. El contrario no hizo las paces con Matías pero estuvo manteniéndole económicamente todo el tiempo que estuvo preso.
Pero de estos hermanos el mas conocido fue sin duda, Luis Castellón, alias el Chato doble, tío abuelo del guitarrista Sabicas y de Enrique Vargas, el Príncipe Gitano. Desde pequeño siempre tuve esta obsesión por descubrir aquella leyenda familiar. Contaba mi bisabuela que siempre lo buscaban y era un hombre que nunca descansó en paz ni durmió tranquilo; que venían hombres de todas partes a medirse con él y que murió en garrote vil.
La pobretica de mi bisabuela Teresa –La abuela Pica– que yo tuve la suerte de conocer porque murió con 97 años, pasó muchas fatigas de pequeña porque se crió en la puerta de un penal ya que allí estaba presa toda su gente. Menos mal que a la mujer del director de la cárcel le dio pena y la recogió en su casa como criada y al final la miraron como una hija. Era tan ignorante que cuando se hizo mujer, llamó a la esposa del director que viniera corriendo y le dijo: “Señora, que he reventao”. Entonces la colmaron de regalos y le hicieron una fiesta. Murió con cerca cien años y contaba que el último deseo de su tío Chato doble ante sus verdugos, fue que en su familia no hubiese más hombres echaos palante porque al final esa postura en la vida solo traía el sufrimiento para una vez que se vive. El Chato doble tuvo dos hijos, un varón que murió de niño, una hija que se casó con un gitano que la maltrataba constantemente hasta que la hija del Chato doble se hartó y le clavo un tenedor en los ojos.
Cuentan que cierta vez que el Chato doble descansaba en un prado, llegó un gitano con tres hijos y le propuso comprarle la burra. El Chato doble le contestó que era la que tenía para él, pero el gitano empezó a abusar exigiendo que la vendiera. El Chato doble para evitar problemas puso precio y el gitano, ni corto ni perezoso, le pegó una puñalada a la burra y profirió: “¿Cómo te atreves a pedir ese precio?” El Chato doble allí mismo mató a los tres hijos y dejó vivo al padre y en el suelo le dijo: “A tus hijos los has matado tú, no yo”. Pero lo curioso fue el final del Chato doble, ya que mató a un gitanillo más joven que él, que era mudo, y la madre del muerto en vez de vestirse de negro se vistió de rojo, prometiendo no quitarse ese color hasta encontrar al asesino de su hijo. Anduvo de posada en posada, venta por venta y pueblo tras pueblo buscando a Luis Castellón el Chato doble que se había hecho pasar por porquerizo en una granja de unos gitanos ricos. Contaba mi abuela que los hijos de este gitano rico no sabían a quién tenían en sus establos y que incluso los hijos del cabeza de aquella familia lo trataban a veces mal en el sentido de con demasiada autoridad. Al ir estos gitanos a una feria a Barcelona, vieron que todos los gitanos se volvían por el camino porque una familia estaba abusando de todos los gitanicos que venían de fuera quitándoles las bestias y pidiendo corretajes altísimos. Entonces el Chato doble gritó: “¡Venga, todos de vuelta para la feria que soy el Chato dobleeeeee”! Los gitanos que lo tenían contratado se impresionaron y le dijeron que se quedara con ellos pero el Chato doble les dijo que aquella gitana se enteraría de aquello. Es curioso cómo un hombre tan valiente huía de aquella mujer. Aquella hazaña corrió entre los pueblos y llegó a oídos de aquella gitana que lo seguía, que avisó a la guardia civil y el Chato doble fue apresado y condenado a garrote vil, a pesar de contar con papeles falsos que le daban el nombre de Domingo Gabarre Díaz, y aún así fue identificado por la gitana. Pero no se conformó e intentó escapar de “la Guardia” con otro gitano llamado Ramón Rodríguez Fernández, de la cárcel de Santander.
Toda esta leyenda me fascinaba, sobre todo aquello de su condena a muerte y su último deseo. Y como me hice abogado, comencé a mirar archivos antiguos y jurisprudencia del Tribunal Supremo. Hace poco conseguí comprobar con mis propios ojos cómo la leyenda del Chato doble y su muerte resultó cierta, y aquí os dejo la prueba en la página que os señalo. Esta página también contiene los datos de la Sentencia que data de 1902. Si os apetece saber como murió el Chato doble poned en el Google: “Luis Castellón López, alias Chato doble” y saldrá una página que se llama “La pena de muerte en la sociedad vasco-navarra durante el siglo XX...”
Tengo que hacer otro escrito de mujeres, pero eso más adelante. Como primicia deciros que mientras los hombres adquirieron fama por valientes, las mujeres la tuvieron por sabias en evitar las chingaras y peleas entre varones. No me puedo marchar sin contar aquella bonita historia que cuenta que una mujer de luto, ante la inminente ruina entre dos familias se quitó el pañuelo negro que cubría su cabeza y lo puso en medio de las dos familias. Aquel acto infundió tanto respeto a los contendientes que se marcharon para sus casas y pidieron perdón a la enlutada. Y es que, amigos míos, la memoria de los muertos debe mantenerse viva en nosotros tanto para aprender de sus aciertos como para no volver a cometer sus fallos.
Ha sido un placer.
Marcos Santiago Cortés.