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jueves, 1 de mayo de 2025

NOS ROBARON LOS GALGOS

      A los gitanos nos robaron los galgos

             NOS ROBARON LOS GALGOS


Relato 

Por Julián Cortés.

La historia real del edicto del rey Alfonso V en favor de los gitanos de Egipto Menor

Año del Señor de 1425.

Por los caminos del Reino de Aragón avanzaba una caravana distinta. No eran mendigos ni soldados. Eran gitanos. La encabezaban Juan de Egipto Menor, llamado también el Viejo, y su primo Tomás, ambos reconocidos por muchos como “condes de Egipto Menor”. Traían consigo un salvoconducto real firmado por Alfonso V, rey de Aragón, que les permitía atravesar sus tierras con dignidad, rumbo a Santiago de Compostela.

Eran más de cien. Mujeres, niños, ancianos y herreros. Y junto a ellos, sus compañeros fieles: los galgos. Perros criados con amor y orgullo, símbolos de respeto, cazadores elegantes que corrían por la libertad. Uno era negro como la noche: Sombra. Otro, pardo y veloz: Liri.

Una madrugada de lluvia, mientras acampaban cerca de Tudela, llegaron hombres armados. Se llevaron los galgos a la fuerza, como si el orgullo gitano fuera botín. Hubo gritos. Un niño cayó herido. Las mujeres taparon a los pequeños con sus cuerpos. Los hombres apenas alcanzaron a ver las siluetas perdiéndose entre la niebla.

Al día siguiente, Juan pidió justicia. Mostró el documento del rey. Pero el alcalde le respondió:

—Ese papel no vale nada si lo trae uno de los vuestros.

Y entonces, no solo les robaron los galgos. Les robaron la palabra. Les robaron la justicia.

Pero Juan no se rindió. Envió emisarios a la corte. Y el 12 de enero de 1425, el rey Alfonso V dictó un edicto real: ordenó que se devolvieran los galgos, y que nadie osara molestar a los gitanos que viajaban bajo su protección.

Pero la herida ya estaba abierta.

Aquel niño herido aquella noche, hijo de un herrero, jamás olvidó. Ya de adulto, decía:

—Nos persiguieron primero por tener algo noble. Si un gitano podía criar galgos… entonces no era tan inferior como les convenía.

Así empezó todo. Años después llegaron las leyes contra nuestro pueblo, las cárceles, las expulsiones. Pero la primera herida fue el desprecio disfrazado de silencio.

Y por eso, aún hoy, cuando un viejo gitano oye a lo lejos un galgo correr, dice:

—Corre, galgo… pero no olvides a quién le robaron primero.