Antón Cortès Vargas Toledo 1625
Antón Cortés Vargas, el Herrero de Toledo – 1625"
Una historia real contada con el alma por Kako Julián Cortés.
Toledo, año de gracia de 1625. En plena España del Siglo de Oro, mientras se escribían versos para reyes y se alzaban iglesias para los poderosos, un gitano llamado Antón Cortés Vargas martillaba hierro candente en su fragua humilde, al pie de la ciudad imperial. No era noble ni rico, pero tenía algo que no se compra con ducados: dignidad y respeto ganado con el sudor de sus manos.
Antón era hijo y nieto de herreros gitanos, nacidos entre la Mancha y las riberas del Tajo. Desde pequeño conoció la dureza del yunque y la injusticia de los edictos reales contra su pueblo. Ya en 1619, Felipe III había ordenado el destierro forzoso de todos los gitanos. Eran tiempos oscuros: por ser gitano bastaba para que te condenaran al trabajo forzado, a galeras o a la muerte. Pero Antón no huyó. Él se quedó en Toledo, manteniendo su fragua abierta como acto de resistencia y honra.
Durante años fue conocido por su habilidad y fuerza, herrando caballos, fabricando herramientas y dando pan a su familia con su oficio. Pero también era conocido por su valentía serena. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, su voz era firme como el acero que forjaba.
En 1625, cuando los alguaciles llegaron a su taller acusándolo de “vagancia y rebeldía”, el mismo delito que usaban para acabar con miles de gitanos en Castilla, Antón no se dobló. Con el martillo aún caliente en la mano, les dijo:m
“Aquí se forja hierro, sí, pero también se forja vida. Y esta vida mía no se doblega ni ante reyes si no hay justicia.”
Fue arrestado y encarcelado por no abandonar su lengua, su oficio y su raza. Pero en la cárcel, siguió forjando el alma de los que lo rodeaban. Enseñó su oficio a otros presos y nunca negó su sangre gitana. En los registros de la época figura como uno de los pocos herreros gitanos que, aún condenado, dejó constancia escrita de su procedencia y su lucha. Una rareza en un tiempo en que hasta los nombres de los gitanos eran borrados.
Murió lejos de su fragua, pero su historia no se apagó con el fuego de su taller. Entre los gitanos viejos se dice que cada vez que un martillo golpea un yunque en Castilla, el alma de Antón Cortés Vargas revive. Porque él no forjó solo hierro: forjó respeto.