Maria "La Churí" 1590 Granada
Relato de María Jiménez Cortés, “La Churí”
Granada, 1590 –
Por Kako Julián Cortés
"No es el viento el que decide la dirección de un barco, sino la voluntad del que lo gobierna."
Hoy, quiero hablarles de una mujer que, contra todo viento y marea, se levantó como un faro de resistencia en un mundo que intentaba hundirla. María Jiménez Cortés, conocida en su pueblo como “La Churí”, fue mucho más que una mujer gitana. Fue la encarnación de la valentía, de una fuerza de voluntad que ni la persecución, ni el miedo, ni la Inquisición pudieron doblegar.
María nació en 1590, en el corazón de Granada, una ciudad de contrastes, de belleza y opresión, donde las ruinas de un pasado glorioso convivían con la mano pesada de la ley. Desde pequeña, María aprendió que la vida no se regala, que el mundo no ofrece piedad a aquellos que no siguen las reglas del poder. Su madre le enseñó a curar con hierbas y su abuela le mostró los secretos del alma gitana, transmitiéndole el fuego que corre por las venas de todos los que se atreven a ser diferentes.
A los veinte años, María ya se había ganado la reputación de curandera y cantaora, y no era una simple sanadora. Sus manos, aquellas que acariciaban las plantas para extraer su medicina, también eran las mismas que tocaban las cuerdas de un alma rota, al son de las coplas gitanas que hacían estremecer el aire. Pero lo que más la definía era su fuerza. Una fuerza que nunca temió al poder, ni siquiera cuando la Inquisición la marcó como objetivo.
Fue en el año 1613 cuando su vida dio un giro que la convertiría en leyenda. La Inquisición la acusó de "hechicería y prácticas supersticiosas", una acusación que no era nueva para los gitanos, pero que para María fue el comienzo de una batalla por su propia existencia. Pero no era una víctima, nunca lo fue. María no se inclinó ante los inquisidores. De pie, con los ojos fijos en los jueces, pronunció unas palabras que resonaron en las paredes del tribunal:
— “No soy bruja. Soy la hija de la tierra. La misma tierra que cura, que da vida. No me humillaré ante quienes temen la luz del conocimiento que no pueden controlar.”
Su respuesta fue un acto de valentía sin igual, y no es que no temiera. Todos temían a la Inquisición, pero ella sabía que el miedo solo se vence enfrentándolo.
El pueblo entero, gitanos y payos, se levantaron en su defensa. Los testimonios no tardaron en llegar, y en la plaza central, donde las murmuraciones de las voces populares se alzaban como un grito de justicia, muchos se unieron para declarar lo evidente: María no era una bruja, sino una mujer que usaba lo que la tierra le daba para aliviar el sufrimiento humano.
Sin embargo, la lucha no fue fácil. María enfrentó la posibilidad de ser quemada en la hoguera, pero jamás se rindió. En las noches frías, cuando sus enemigos pensaban que ya había sido derrotada, ella seguía sanando, protegiendo a los suyos, enseñando a las mujeres de su pueblo que no era el miedo lo que debía guiar sus pasos, sino la fuerza de la voluntad.
El tribunal finalmente la absuelve, pero la historia de María, la mujer que desafió a la Inquisición, no murió en las frías actas de juicio. Se convirtió en leyenda. María la Churí vivió como una guerrera de la vida, luchando por los suyos, por las mujeres, por su gente. Y cuando su tiempo en esta tierra llegó a su fin, no hubo lamentos. No hubo lágrimas. Solo hubo canto.
Porque María Jiménez Cortés, la Churí, no solo fue una mujer libre, sino un símbolo de todo lo que el pueblo gitano representa: una lucha constante, una resistencia que no se dobla, una llama que no se apaga.