Hace tiempo que quiero hacer un escrito sobre este tema pero mi problema es
que no encontraba espacios adecuados para ello, entre otras cosas, porque un
lector no especial como sí lo son los lectores de
El Secre, podría ver
como una salvajada hacer un homenaje a personas conflictivas llenas de
antecedentes penales, al desconocer nuestra desventajosa situación social pasada
y nuestro vivir al margen de la ley, sobre todo porque la ley no nos amparaba
como ciudadanos de pleno derecho. En los tiempos de los protagonistas de este
escrito, finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, los gitanos no
gozábamos del beneficio de la presunción de inocencia y el derecho penal que
regía en los romaní era un derecho penal de autor no de acto; el ser gitano ya
condicionaba a priori los procedimientos y las sentencias hacia la culpabilidad.
Estas adversidades, irremediablemente hicieron nacer un sistema de justicia
gitano al margen de la ley de los gachés, al margen de los códigos penales, al
margen sobre todo de cualquier tipo de denuncia ante la guardia civil por una
porfía entre flamencos. Natural, porque no podíamos esperar equidad y justicia
de un sistema que intrínsicamente era injusto para nosotros los gitanos. Gracias
a Dios, la democracia hizo cambiar poco a poco no solo las leyes, sino el
corazón de muchos jueces, fiscales y policías, y aunque aún, en muchos
procedimientos penales y en la simple cotidianeidad se respira a veces un
ambiente racista, la realidad es que las leyes democráticas han significado un
avance sin precedentes en la consecución de la igualdad entre las personas
independientemente de su origen étnico o social.
De aquel sistema de justicia al margen de la ley de los gachés, nacieron
figuras de hombres que se convirtieron en baluarte de sus territorios frentes a
los abusos de las personas ruineras cuando los mayores de respeto fracasaban en
sus mediaciones. Donde más se veía el desarrollo de este conflicto era en las
antiguas ferias de bestias. Allí era importantísimo ocupar un buen espacio donde
montar las tiendas y pastar las bestias a la vista de todo chalán. En las ferias
había muchas peleas y disputas por estos sitios privilegiados y aquí es donde
más sobresalía la figura de los abusones y del valiente que casi siempre actuaba
solo o ayudado por un primo, porque los primeros, o intentaban adueñarse de
muchos espacios o echaban a los que llegaban de lejos bajo el pretexto de que no
estaban en su tierra –violando con este proceder el derecho internacional gitano
que dice que toda la tierra es de todos los gitanos que vengan con buenas
intenciones–. Incluso había territorios en los que los abusones pedían un
corretaje o pase pecuniario para poder entrar en sus ferias a gitanitos nobles y
cansados que venían de lejos a ganarse el pan de sus familias. Antiguamente
había muchas injusticias de este tipo, tanto que muchos gitanos desesperados por
los abusos afirmaban que la ley gitana era un patraña y que era más bien la ley
de la fuerza. El abusón, abusaba generalmente con un gran número de varas
disponibles y siempre “probaba” al honrado para ver si le salía la jugada y, a
veces, pocas, les tocaba probar a hombres que se “vestían por los pies y se
peinaban para atrás” y les salía el tiro por la culata.
En la antigua ética gitana, si un hombre, después de agotar la vía pacífica,
había matado pero defendiendo una razón, una verdad, y sobre todo segando con la
fuerza un abuso que las sabias palabras no habían podido evitar, este hombre
nunca sería llamado asesino ni delincuente sino hombre de honor, bragado y
valiente; y al contrario de ser marginado, era encumbrado en la gloria y
referido de generación en generación como un ejemplo de integridad moral. Hay
que subrayar que aquellos enfrentamientos entre hombres no era como ahora que
por pequeñeces la gente busca ruinas ni por repugnantes asuntos de ajuste de
cuentas de trafico de drogas que están matando todos nuestros valores y nuestra
juventud. Antiguamente, el menor gesto de un rival de no querer pelear, era
suficiente para parar la contienda y tomar café en son de paz. Yo he intentado
hacerme eco de los más posibles y, por eso, en este escrito y en este espacio
intentaré informaros de algunos de ellos.
Sin lugar a dudas el puesto número es para
Genaro Reyes de casta
gitana casera, de la familia de los Genaros, nacido en Linares (Jaén), que con
setenta y cinco años de un puñetazo tiró al suelo un burro ante la burla de un
gitano joven que dijo que Genaro ya estaba acabado. Cierta vez vino un payo de
Asturias que llegaba al techo. Entró en la taberna buscando a Genaro para pelear
con él y fue a preguntarle al mismo Genaro si conocía a un tal Genaro. El
asturiano no reparó ni por asomo que le hubiese preguntado al mismísimo Genaro
puesto que aquel minúsculo personajillo no podía ser el famoso Genaro de
Linares. Genaro le contestó que dentro de poco vendría Genaro al bar. Se
levantó, fue al servicio y –con perdón de los lectores– metió su alpargata en el
excusado, salió y a alpargatazos llenos de mierda le pegó un palizón al
asturiano. En su juventud protegía los intereses de una marquesa a la que la
partida de bandoleros de El Jaco le robó los caballos, y Genarillo, que no medía
más de metro y medio pero tenía las manos que le llegaban al suelo, fue solo a
la sierra, se enfrentó a toda la partida y El Jaco, impresionado, paró la pelea
y le entregó todas las mulas. Cuentan que tuvo que matar a un gitano sin querer
y acudió disfrazado de mendigo al mismísimo entierro. Este hombre, quizá sea el
valiente más conocido de todos, tanto que en cualquier lugar de España fue
admirado, respetado y querido porque la puerta de su casa siempre cobijó a
gitanos que fuesen “najando”, huyendo de los civiles y no hubo feria donde
alguien tuviera cojones de marginar las mulas de Genaro Reyes. Se dice que
hablaba con el acento muy dejado, como si estuviese siempre cansado o distraído.
Supongo yo que ese acento distraído era una forma de camuflar una reacción a la
velocidad de la luz.
Pepe Santiago, El Mongino, de casta casera nacido en Úbeda de
la familia de los Pintamonas, hermano del abuelo de mi padre. Este Mongino era
otro fuera de serie que siempre andaba defendiendo a su hermano Hermógenes, que
era un empedernido y problemático jugador de cartas. Se cuenta que este hermano
prestó dineros a Genaro Reyes y que éste no terminaba de pagarle nunca hasta que
Pepe el Mongino acudió a la taberna y estando Genaro jugando a las cartas, le
dijeron que Hermógenes estaba fuera para pedirle los dineros. Genaro contestó:
–¿Qué quiere esa mierda? –. Genaro no sabía que era el Mongino, que escuchó la
expresión con la que calificó a su hermano y entró a por todas. Al pedirle el
dinero, Genaro le contestó que se lo pagaba poco a poco porque Hermógenes todo
se lo jugaba a las cartas. Mongino le contestó: “¿Quién eres tú para ser el
banco de mi hermano?” Genaro fue a levantarse “para entregárselo” pero el
Mongino le puso la mano en el hombro y le dijo que se lo entregara sentado.
Genaro viendo su desventaja se sacó el dinero y se lo dio a Mongino. Aunque
dicen que se lo entregó por no buscar una ruina entre familias y no por falta de
cojones o posición desventajosa porque Genaro era cuñado de Hermógenes. Lo
cierto es que el Mongino fue el único que desafió a Genaro y salió airoso.
Genaro luego mandó un recado de que el Mongino no se atreviera a entrar a
Linares y el Mongino contestó al mensajero que estaba de acuerdo, pero que le
dijera a Genaro que nunca saliera de Linares y que esa ciudad sería su tumba.
Viendo las respuestas los dos hombres decidieron olvidar el asunto.
El pobre Mongino nunca dormía tranquilo por culpa de su hermano Hermógenes.
Una noche Hermógenes se fue al casino del pueblo y ganó diez duros. El
propietario del local había puesto a un payo como guarda y matón del local,
temido en toda la comarca, llamado con el sobrenombre del “payo Parchena”.
Parchena era un gachó temido por todos los gitanos. Pues bien, Hermógenes
aquella noche ganó y se marchó para la casa pero Parchena lo paró en la puerta y
le ordenó: “Dame los diez duros y quítate las botas y dámelas”. El pobre de
Hermógenes llegó descalzo a la casa y se lo comentó a su mujer, Concha. Mongino,
que vivía con ellos, se hizo el dormido. Pero al rato le dijo a su hermano: “Voy
dar un paseo a ver si veo algo abierto para tomarme una manzanilla para
purgarme, que estoy rabiando con el estómago”. Hermógenes le dijo: “Llévate la
garrota” y el hermano contestó que no la necesitaba porque no iba a alejarse de
la casa. Mongino sabía que la garrota era poco para el payo Parchena; según sus
palabras, “Yo sabía que la garrota solo serviría para enrabiar al payo Parchena”
y se echó un pistolón a la cintura. Encontró a Parchena en la barra de un bar de
espaldas a la puerta y desde ella le gritó: “¡Parchena, dame los diez duros y
quítate las botas!” Parchena se volvió y dio a entender a Mongino que no lo
hacía porque se lo había gastado y que no se quitaba las botas porque no llevaba
otras y quedaría descalzo. En ese instante Mongino le pegó dos tiros a Parchena
y se sentó a esperar a la guardia civil, pero puso como condición para salir del
bar que entrase un sargento amigo de él. Así fue. Mongino estuvo preso un tiempo
y Parchena se recuperó de sus heridas en otra tierra. Una vez que Mongino salió,
Parchena volvió a Úbeda que es donde había ocurrido toda esta
doji
(ruina) y mandó recados por todo el pueblo para que Mongino se marchara de
Úbeda. Mongino sabiendo el recorrido que Parchena hacía todos los días, se cruzó
en su camino. Parchena pasó a escasos metros de él y no fue capaz de hacer nada.
Definitivamente Parchena se marchó de Úbeda. Tengo que decir que Mongino era
valiente, pero su mujer tenía que acompañarlo a orinar porque le daba miedo ir
solo en la oscuridad.
El Chato la Liendre, de la familia andaluza llamada con el sobrenombre
de los Chiquitines, de casta canastera, pues esta familia es tan numerosa como
baja de estatura, por lo que cuentan.
El Chato de los Maticas de Haba apodo que tiene esta familia por ser
de las más numerosas de España de casta canastera. Dicen que su vara era el
tronco de un olivo. También se habla mucho de este gitano, valiente donde los
haya, que hablaba como algo gangoso. También fue un hombre al que nadie le
achicó y se comenta que después de muchísimos años, aún hoy una familia no puede
pasar de Despeaperros para abajo respetando al contrario Chato de los Maticas de
Habas.
El Cirolón de Córdoba, de casta canastera también llamado “El
potro sin domar”. La anécdota más conocida es la que cuenta que llegó un gitano
de Murcia y vino a medirse con él (porque antiguamente, como los pistoleros del
Oeste americano, si un hombre tenía fama de
echao palante, llegaban
hombres de lejos a pelearse con él para arrebatarle esa fama para sí). Bueno,
como decía, vino un gitano de Murcia a medirse al Cirolón y al exclamar el
Cirolón: “Yo soy el potro sin domar” el otro le contestó: “Pues a mí me llaman
“El domador de potros”. La verdad es que nadie ha podido informarme quién venció
de los dos.
Félix El Grande de los Celedonios de Extremadura, de casta gitana
canastera que con ochenta años ganó la partida a un gitano joven que vino de
tierras lejanas a medirse con él. Resulta que este joven llegó a la taberna y
preguntó por él. Félix, ya muy mayor, le preguntó para qué buscaba a Félix El
Grande y este le dijo que venía a matarlo. El anciano le dijo: “Acércate por
favor que no te veo bien, que estoy muy mayor y no te escucho tampoco”. El
gitano joven se acercó lo suficiente para que Félix le pegara un bastonazo que
hizo caer al joven de bruces herido de muerte.
Manuel El Andaluz (y su hermano Juan Caballero), gitano nacido en
Monasterio (Extremadura) de casta canastera. Aquí estamos hablando de un hombre
en todos los terrenos. Se cuenta que tres gachós mineros fueron a probar su
valentía, Manuel El Andaluz les ganó la pelea, los llevó al cementerio y les
hizo beber vino de una calavera. También se le acusó de un homicidio y los
civiles lo encerraron en un calabozo toda la noche con el muerto. Al amanecer,
el forense aseguró, tomándole las pulsaciones al Andaluz que era imposible que
fuese el asesino porque su pulso no estaba alterado lo más mínimo.
Antonio Tomate, canastero gitano de Almería. Uf, de éste no sé ninguna
anécdota, solo que era una auténtico torbellino en las
chingaras, pero
mis palabras no lo ofendan, este gitano tenía muy mala leche.
Tragabuches, de Granada, de casta casera, gitano torero que sorprendió
a su mujer con un amante que se escondió en una tinaja de vino. Lo mató y huyo a
la sierra para formar parte de la conocida partida de “Los siete niños de
Écija”.
El Habanero, canastero, era un gitano del norte, de Zaragoza y, por lo
que sé, nadie le tocó la cara nunca. El Habanero entró a un bar y un hombre le
retó a que no cogía una calavera en un cementerio; y El Habanero dijo que si lo
hacia, el otro tendría que beber vino de la calavera. Así que fue y le obligó a
beber al que le retó, aun teniendo ésta resto de carne, pellejos putrefactos. A
los días el gachó murió, seguramente de infección o de asco. Estuvo
estardo (preso) y le metieron en una celda con el asesino con record en
muertes de la zona, y echaron suertes sobre el ganador, que fue El Habanero que
salió indemne. El Romo y El Vero, ambos de los Matas de habas, ambos canasteros.
Hay un dicho… “En la vara del Romo te veas”; por lo visto era como un árbol de
grande.
Antón de los Garabatos medía
2,15 m. Se iba a las tabernas a beber vino y
también le daba a su caballo en las ferias de ganado. En una de esas juergas,
llegaba tarde a coger el tren camino de otra feria, y ya habían quitado la
pasarela para que entrase su caballo, así que lo metió el en peso. Hubo un abuso
a un gitano en una feria y como eran tantos y tan chiquitillos tuvo que
quemarles sus casas por haberle dado una paliza de muerte al gitano débil.
Hay un caso que para mí es especial por tratarse del tío de mi bisabuela
Teresa Castellón Jiménez, oriunda de Monzón (Huesca). Resulta que la abuela de
mi padre siempre pedía que no fuéramos valientes, que fuéramos gente pacifica y
tranquila (quizá por eso yo haya salido tan cobardica), y decía la pobre que
nunca diéramos el apellido “Castellón” por ningún sitio de España, porque los
castellones habían tenido muchas chingaras y peleas, y cualquier lugar de España
era ideal para encontrar contrarios. Lógicamente esos tiempos pasaron y mi
posición social y educación actual no tienen ya nada que ver con estas cosas.
Nos hablaba de que sus tíos, Matías, Dendín, Chato Sencillo y Luis, eran muy
bragados.
Matías Castellón mató a un negro en Ceuta porque por casualidad
contempló cómo este individuo estaba abusando sexualmente de la pobre gitanita
que iba por las calles vendiendo sus mantelerías. Luego resultó que la gitana
era la mujer de un gitano contrario suyo. El contrario no hizo las paces con
Matías pero estuvo manteniéndole económicamente todo el tiempo que estuvo
preso.
Pero de estos hermanos el mas conocido fue sin duda,
Luis Castellón,
alias el Chato doble, tío abuelo del guitarrista Sabicas y de Enrique
Vargas, el Príncipe Gitano. Desde pequeño siempre tuve esta obsesión por
descubrir aquella leyenda familiar. Contaba mi bisabuela que siempre lo buscaban
y era un hombre que nunca descansó en paz ni durmió tranquilo; que venían
hombres de todas partes a medirse con él y que murió en garrote vil.
La pobretica de mi bisabuela Teresa –La abuela Pica– que yo tuve la suerte de
conocer porque murió con 97 años, pasó muchas fatigas de pequeña porque se crió
en la puerta de un penal ya que allí estaba presa toda su gente. Menos mal que a
la mujer del director de la cárcel le dio pena y la recogió en su casa como
criada y al final la miraron como una hija. Era tan ignorante que cuando se hizo
mujer, llamó a la esposa del director que viniera corriendo y le dijo: “Señora,
que he reventao”. Entonces la colmaron de regalos y le hicieron una fiesta.
Murió con cerca cien años y contaba que el último deseo de su tío Chato doble
ante sus verdugos, fue que en su familia no hubiese más hombres echaos palante
porque al final esa postura en la vida solo traía el sufrimiento para una vez
que se vive. El Chato doble tuvo dos hijos, un varón que murió de niño, una hija
que se casó con un gitano que la maltrataba constantemente hasta que la hija del
Chato doble se hartó y le clavo un tenedor en los ojos.
Cuentan que cierta vez que el Chato doble descansaba en un prado, llegó un
gitano con tres hijos y le propuso comprarle la burra. El Chato doble le
contestó que era la que tenía para él, pero el gitano empezó a abusar exigiendo
que la vendiera. El Chato doble para evitar problemas puso precio y el gitano,
ni corto ni perezoso, le pegó una puñalada a la burra y profirió: “¿Cómo te
atreves a pedir ese precio?” El Chato doble allí mismo mató a los tres hijos y
dejó vivo al padre y en el suelo le dijo: “A tus hijos los has matado tú, no
yo”. Pero lo curioso fue el final del Chato doble, ya que mató a un gitanillo
más joven que él, que era mudo, y la madre del muerto en vez de vestirse de
negro se vistió de rojo, prometiendo no quitarse ese color hasta encontrar al
asesino de su hijo. Anduvo de posada en posada, venta por venta y pueblo tras
pueblo buscando a Luis Castellón el Chato doble que se había hecho pasar por
porquerizo en una granja de unos gitanos ricos. Contaba mi abuela que los hijos
de este gitano rico no sabían a quién tenían en sus establos y que incluso los
hijos del cabeza de aquella familia lo trataban a veces mal en el sentido de con
demasiada autoridad. Al ir estos gitanos a una feria a Barcelona, vieron que
todos los gitanos se volvían por el camino porque una familia estaba abusando de
todos los gitanicos que venían de fuera quitándoles las bestias y pidiendo
corretajes altísimos. Entonces el Chato doble gritó: “¡Venga, todos de vuelta
para la feria que soy el Chato dobleeeeee”! Los gitanos que lo tenían contratado
se impresionaron y le dijeron que se quedara con ellos pero el Chato doble les
dijo que aquella gitana se enteraría de aquello. Es curioso cómo un hombre tan
valiente huía de aquella mujer. Aquella hazaña corrió entre los pueblos y llegó
a oídos de aquella gitana que lo seguía, que avisó a la guardia civil y el Chato
doble fue apresado y condenado a garrote vil, a pesar de contar con papeles
falsos que le daban el nombre de Domingo Gabarre Díaz, y aún así fue
identificado por la gitana. Pero no se conformó e intentó escapar de “la
Guardia” con otro gitano llamado Ramón Rodríguez Fernández, de la cárcel de
Santander.
Toda esta leyenda me fascinaba, sobre todo aquello de su condena a muerte y
su último deseo. Y como me hice abogado, comencé a mirar archivos antiguos y
jurisprudencia del Tribunal Supremo. Hace poco conseguí comprobar con mis
propios ojos cómo la leyenda del Chato doble y su muerte resultó cierta, y aquí
os dejo la prueba en la página que os señalo. Esta página también contiene los
datos de la Sentencia que data de 1902. Si os apetece saber como murió el Chato
doble poned en el Google: “Luis Castellón López, alias Chato doble” y saldrá una
página que se llama
“La
pena de muerte en la sociedad vasco-navarra durante el siglo
XX...”
Tengo que hacer otro escrito de mujeres, pero eso más adelante. Como primicia
deciros que mientras los hombres adquirieron fama por valientes, las mujeres la
tuvieron por sabias en evitar las chingaras y peleas entre varones. No me puedo
marchar sin contar aquella bonita historia que cuenta que una mujer de luto,
ante la inminente ruina entre dos familias se quitó el pañuelo negro que cubría
su cabeza y lo puso en medio de las dos familias. Aquel acto infundió tanto
respeto a los contendientes que se marcharon para sus casas y pidieron perdón a
la enlutada. Y es que, amigos míos, la memoria de los muertos debe mantenerse
viva en nosotros tanto para aprender de sus aciertos como para no volver a
cometer sus fallos.
Ha sido un placer.
-
Marcos Santiago Cortés.